viernes, 7 de noviembre de 2014

CUANDO EL HUMANISMO CRISTIANO SE LLAMABA ERASMO DE ROTTERDAM




Se convirtió en un nómada siempre en busca de mecenas y viviendo del aire (1). No necesitaba un hogar: leer y escribir buenos libros, no ser dueño ni súbdito de nadie, este era su ideal de vida. Erasmo creía que la vida de Cristo no podía seguir en manos de los clérigos: “El aldeano debe leerla detrás del arado, el tejedor en su telar”. Pensaba que la Vulgata, la única aprobada por la Iglesia estaba plagada de errores. Y se convirtió en un filólogo prodigioso e incomparable: decidió acometer la traducción del griego apoyándose en seis manuscritos diferentes. Hizo una traducción al Latín. Creyó en una Europa de cultura y religión compartidas donde todo el mundo dominaría el Latín; la patria local sería sustituida por otra supranacional: las guerras se superarían; fue un teórico del pacifismo humanista. Demasiado para una Iglesia copada por seres despiadados y feroces que no podían entender aquello de los Adagios repicaban en: Dulce bellum inexpertis o Querella Pacis. Prohibido y amordazado. En Alcalá de Henares la “contrarreforma” consistió en acabar con lo que para ellos era “herejía”. La más bella herejía cristiana de todos los tiempos. En 1933 la misma Iglesia anti-eramista preparó para España la peor de las tragedias. La iglesia de la contrarreforma y militante se organizó políticamente para imponer manu militari su versión del cristianismo. La misma Iglesia que acalló a los herejes más cultos que ha podido haber: los seguidores de Erasmo. Hablaban latín, hebreo y griego, leían directamente la Biblia, la cual traducían y comentaban; producían libros magníficos. Y se deleitaban con unos adagios cultísimos. En la imagen el patio trilingüe: lugar de enseñanza del griego, latín y hebreo de la Universidad cisneriana. Fotografía mía.


(1) Revista Filsofía Hoy. Número 37. 

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