miércoles, 26 de enero de 2011

Nubes bajo mis pies

Con cuatro horas de trabajo al día el ser humano podría crear bienes y servicios para que nadie tuviera necesidades vitales. Siempre hay que tener presente el Elogio de la ociosidad. El mundo moderno que creó la burguesía no tiene ni pies ni cabeza, ni es razonable. El Valle es una obra de arte, pues en parte es dado y en parte es creado; no nació de la nada, sino del trabajo y el sudor: como el poema de los olivos de Jaén son los cerezos. En este sistema de explotación capitalista de la riqueza nada se hace sin dinero. La gentes miran el paisaje y los alojamientos rurales obtienen pingues beneficios, las casas proliferan por las laderas, cubriendo de ladrillo lo que antaño fueron árboles. Fue Castoriadis quien planteó la disyuntiva entre socialismo o barbarie. En el Valle, como en otros sitios, se ha optado por la barbarie.

Ya nos está pasando factura. Hoy hace frío. Subir a la Sierra es un peligro. Solo en la cumbre miro el paisaje helado. Lo que admiro es bello. Las brumas de la mañana bajo mis pies, y un sol tímido que no calienta. Una soledad entre riscos que me recuerdan un poco a Zaratustra. Y pienso en el mundo. Un mundo que se tambalea, que gime, que se abre partiendo en trozos la tierra. La copia es la solución, pienso, para las economías Chinas o para la India; el tercer mundo copia. El tercer mundo superpoblado copia. Una inmensa alegría me inunda. Mientras, el frio choca en la cara helada. Vientos del Norte bajan desde la Covacha. ¿Copian? ¿pero que copian?: un modelo que no solo destruirá lo que miro y ahora veo, sino que los destruirá a ellos. Es el sumo del nihilismo. Copiar y “delete” son una misma cosa.

Yo creo que un socialismo liberal, humanista y democrático, con una Asamblea de Derecho Internacional al que se supeditaran todos los países, con igualdad de voto en la misma, y donde garantizasen los Derechos Humanos y la resolución de conflictos. Sería la única forma de encontrar una solución a este mundo que va camino de desbocarse irremediablemente. Las avanzadillas de la revolución no han mostrado otra cosa que ser gestores de una profecía, aplicadores del Dogma, y asesinos de la libertad y de las personas. O socialismo o barbarie. Y el camino es la barbarie. Si unos cuantos creen ser los elegidos de entre los pobres y los desheredados, para imponer un estado autoritario, tienen perdida su batalla moral. Y las únicas guerras han de ganarse en ese terreno. Pero en todos lados los fines han justificado los medios, y el futuro no puede ser más agorero.

El tiempo no ha llegado aún, pero el camino está expedito. La revolución, si llega, llegará sin sangre y después del apocalipsis que se avecina.

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