lunes, 24 de enero de 2011

Campo del Moro. De Max Aub.

Es esta la primera novela que leo de Max Aub. Pertenece al ambicioso proyecto de recrear un fresco social y político sobre la Guerra Civil Española. En este caso relata el fin de la contienda bélica, en siete días, que van desde el 5 de Marzo de 1939 al 13 de Marzo. Lo que me ha llamado la atención ha sido la técnica o forma narrativa. Los paisajes deshumanizados del Madrid destruido de aquella fecha, en la que se siente el frío de un inverno largo que aún se extiende. Los diálogos de los personajes, destruidos, desamparados, incapaces de comprender la derrota; y menos aún de la situación que les rodea en esos instantes. En Madrid se combate, calle por calle, como antaño. Queda el revuelo glorioso de que, en algún momento, se luchó por algo que mereció la pena. Pero ya ha pasado tiempo de ello: ahora solo queda un paisaje gris y frío; un paisaje derrumbado, calmoso, triste, lleno de escombros. Un paisaje soleado de marzo donde no queda una brizna de esperanza. En las calles se oyen tiroteos: comunistas, anarquistas, republicanos de izquierdas, socialistas de derecha se están disparando entre sí. Hay detenciones, fusilamientos. Besteiro y Segismundo Casado han dado un golpe al gobierno de Negrín. En el ambiente, además del frío, se otea la traición y el paisaje se convierte en una brillante maraña de árboles arrasados y sin hojas. Sin pasión, fríos, atenazados los personajes acuden a un entierro. Por las calles se escuchan los tiroteos. Todo el frente está calmado. La artillería nacional está calmosa. La confusión que reina entre los personajes, los ficticios, que son los que tienen la enjundia suficiente, más importantes que los reales. Desmoronamiento. Las casas están derruidas. Desde una de ella se advierte el frente inactivo. Hay un frío desconcierto una confusión fría. Hace un poco tiempo, que parece ayer, hubo calor. Ahora nada parece tener sentido. Qué lejos parece esa épica que nos describió Malraux, qué fría primavera se abre. Querida Julia: Jamás he pasado momentos tan amargos como los de estos días en que debía escuchar los tristes ruidos de los combates entre republicanos que, en ocasiones, he presenciado. El abuelo de mi niño era camillero. Ese mismo día se encontraba descansando en Tendilla. Había hecho la guerra en la Legión. Era un pastor analfabeto que murió hace poco y que, cada mañana, acudía al huerto con su sombrero de fieltro y su pequeña azada. Ahora me parece mentira que todo aquello haya ocurrido en este mi país. Recuerdo Ciudad Universitaria, la facultad de Derecho, donde estudié. Y recuerdo al abuelo con su azada y su sombrero de fieltro, y su huerto. También recuerdo su cabezonería: !Lo que había visto aquel hombre!. En su pecho brillaba una Laureada, otorgada a su compañía. El solo había sacado heridos de campo. Ahora cava, siempre cava, en el huerto. Curiosamente, está en Tendilla, descansando. Y yo paso por encima del puente de San Fernando, sobre el Jarama. Las fuerzas del comandante Librerino, Gutiérrez, y Luzón combaten en ese punto. A cañonazos pasaron ese punto. Los comunistas se repliegan hacia Chamartín. Los batallones anarquistas toman la posición Jaca. La posición Jaca está en la Alameda de Osuna: ultimo lugar de un Consejo de Ministros. Yo voy a la Alameda de Osuna, en un ciclomotor. Es invierno pelado y trabajo en Telepizza. Paseo por el parque, estoy con mis tíos. El abuelo descansa. Los batallones anarquistas se han metido en el centro, toman un antitanque, una ametralladora, toman la calle Alcalá, los Nuevos Ministerios, sufriendo cuatrocientas bajas. Siento mucho frio, no voy a llevar el pedido a la hora. Iba a decir que Franco se descojona. No Franco no se descojona. Los franquistas se descojonan. Se han estado descojonando desde entonces. Llevé el pedido a la Alameda de Osuna. Mal rayo le partan.

Entrevista con Umberto Eco, en página 2

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