lunes, 8 de noviembre de 2010

Por qué no soy cristiano. Bertrand Russell. Con un excurso sobre Ratzinger



Bertrand Russell fue uno de los grandes filósofos del siglo XX. Hacer esta afirmación con tal rotundidad puede, al menos, parecer pretencioso, máxime cuando ha habido otras figuras creadoras de filosofía muy robustas, como son Heidegger, Wittgenstein o Sartre. Posiblemente, como creador filosófico no llegue a la altura de esos tres. Pero el filósofo no es tan solo el creador de filosofía: es aquél que vive filosóficamente, sabiamente. Y Russell es un firme ejemplo de ello. Por qué no soy cristiano es uno de esos libros que se leen con delectación tanto por el lector especializado como por el que no lo es, debido a la amenidad de su prosa, la claridad de sus ideas y el estilo. Transitar por el Russell divulgador es transitar por el placer que ofrece la buena vida. Un sillón, una chimenea, un vaso de Whiskey, Jazz y Bertrand Russell, mientras se disfruta del debate que mantiene con el padre Copleston sobre la Existencia de Dios en la lectura que estoy refiriendo. Este libro consta de una recopilación de ensayos que trata sobre los argumentos ofrecido por las religiones, en especial por la religión cristiana, y la oposición que a tales argumentos la filosofía efectúa, además de otras materias relacionadas con la libertad, con la intolerancia o la ética sexual. El libro constituye un ameno ejemplo de fácil lectura sobre librepensamiento, así como de las fuerzas contrarias al mismo. En él aparece como apéndice un somero resumen sobre como Bertrand Russell, ya reconocido como una de las grandes figuras intelectuales mundiales, es vetado para ofrecer sus clases en la Universidad de Nueva York. El veto es planteado por poderosos grupos de presión de la ciudad, como es la iglesia episcopal protestante, que inician un campaña execrable contra Russell, tratando de evitar su presencia como profesor de filosofía. Bajo la admonición de que pervertía a la juventud y que se constituía en propagandista contario a la religión y a la moral es sometido a juicio público, ante la multitud que poco sabía que Russell había desmontado la lógica aristotélica y de que había intentado con éxito, siendo uno de sus epígonos, una de las más dificultosas materias filosóficas: la fundamentación lógica de las matemáticas. El retrato sobre como la prensa, las instituciones, organizaciones religiosas fustigan a Russell, mostrando un desconocimiento total sobre su obra, son un ejemplo claro de la iniquidad a la que las religiones pueden llegar con su intransigencia. De tal forma que se adentra en todos los intersticios del Estado, hasta en la judicatura, para evitar que Russell pudiera dar clase en la Universidad de Nueva York, acusado de indecencia moral y de pervertir a los jóvenes. Pocos años después Lord Bertrand Russell recibía la Orden del Mérito de su país y fue galardonado con premio Nobel de Literatura. Aparte del ejemplo de la intransigencia religiosa mostrada con él, el libro reseñado muestra la frescura, gracejo y vigor intelectual de sus conferencias y escritos. En ellos habla con un entretenimiento pasmoso sobre la vida buena, las religiones, el Poder, Dios, la Muerte, el conocimiento, el escepticismo, la felicidad, el relativismo, la benevolencia, educación. Muchos se han empeñado en considerar la filosofía como aburrida construcción teórica donde unos determinados maestros profesionales enseñan densos sistemas abstractos. Sin embargo, eso no es así. Russell, por ejemplo, es una muestra de todo lo contrario. He de reconocer que Bertrand Russell es, aunque no sé si viene a cuento, santo de mi devoción, un santo laico, por supuesto; dentro de la órbita de aquellos intelectuales que además de sabios son divertidos y con buen humor, tales como Voltaire o Erasmo de Rotterdam. El libro es interesante ahora que Ratzinger, el Jefe de la Iglesia romana, ha pisado suelo patrio, haciendo bandería contra el laicismo militante o radical que, en su opinión, acaece en Europa y que, en España,- bastión de la Contrarreforma, del nacionalcatolicismo, la evangelización del nuevo mundo, la reconquista, las cruzadas, la Inquisición, del cura Merino, del cura Santa Cruz y los requetés, no lo olvidemos- precisa recuperar como plaza. Y que, convenientemente asesorado, lanza mensajes a futuros líderes políticos bienaventurados en las encuestas, dictándoles, como ahora se dice, la hoja de ruta. Es, como digo, de lectura confortable éste volumen de Russell, ante tanta información y contra-información sobre la visita del Papa, reafirmándome, como él, en porqué no soy cristiano. Es sabido que Ratzinger se hizo profundamente religioso una vez pasada su experiencia en las juventudes hitlerianas, achacando a las doctrinas ateas, nazismo y comunismo, las barbaries desarrolladas durante aquella funesta década; "¿Pueden las religiones curar nuestros males?" Así se lo plantea Russell y la conclusión a la que llega es que no. Ahora solo queda comparar el vigor intelectual de un Bertrand Russell y un Benedicto XVI. Cada cuál, que adopte su opción, y aquí paz, y, para quien crea, después Gloria. Solo para finalizar, estas palabras: "La falta de inteligencia no salvará al mundo. Sólo una inteligencia mayor y más sabia puede hacer más feliz al mundo". Un vaso de Whiskey, una chimenea, un disco de Jazz y un libro de Bertrand Russell, un niño jugando en la alfombra -en mi caso-, una compañero/a con quien compartir el periplo vital, una renta sosegada, para no ser esclavo de nadie. Todo lo demás son gaitas.
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1 comentario:

Sigi dijo...

Según tu comentario sobre el libro de Russel, éste parece interesante. Intentaré hacerme con dicho volumen que me aclare más y mejor mi rabia hacia los mandamases de esta corrupta religión cristiana, que por otra parte alabo en las personas que, desinteresadamente, dan su vida por los demás, llaménse misioneros o curas y monjas que ayudan a los necesitados.