viernes, 16 de abril de 2010

Flor del cerezo: belleza y senectud. Reflexión metafísica sobre Dios



Martin Heidegger ofreció unas lecciones preciosas en la Universidad de Friburgo en 1929, bajo el título de “Conceptos fundamentales de la Metafísica”. En ellas habló del mundo, de la finitud y de la Soledad. La filosofía como algo que atañe a cualquiera y que se presta a cualquiera. La necedad del que se despreocupa, deshumanizandolo, para ser pensado por otros, que ofrecen las respuestas fatigosas. El hombre como ser-ahí: El que arrojado al mundo se pregunta por el Ser y su totalidad. La dignidad en la conciencia de su finitud. Descartes significó la modernidad: poniendo al Hombre como centro del Universo. Ya no se precisó de Dios, que nace de la propia subjetividad. La Cosmología ptolemaica permitía un gran espacio en el mundo finito, tras la bóveda celeste. Espacio para Dios, Infierno, o Cielo. La revolución Copernicana, de un mundo infinito, con infinitos soles, infinitas estrellas, produjo un espasmo en las conciencias. ¿Dónde está Dios? ¿Dónde se encuentra el Cielo? ¿Dónde el infierno? El existencialismo solo tiene razón de ser en el ateísmo... Con Heidegger, con Freud y con Ortega el siglo XX entró en un momento sublime. La finitud es el modo fundamental de nuestro ser y el retiro a la soledad, un aislamiento del Hombre en su existencia. Los cerezos, con sus flores, están-ahí, son parte del Ser: pero no hacen lo que yo hago: preguntarse. ¿Dónde queda Dios? Nietzsche afirmaba que “Dios ha muerto”. Filosóficamente fue muriendo poco a poco: Desde Santo Tomás, los hombres predicaban vías a su encuentro. Las revoluciones burguesas decapitaron a Dios, con la filosofía política de la Ley de los Hombres. Ahora bien: en el siglo XX Dios es, filosóficamente, un reducto del Medioevo: Descartes, el primero que lo desplazó. ¿Qué es el mundo, la finitud, el aislamiento? Se preguntará Heidegger. Son las preguntas de todos y cada uno de nosotros, cuando, debajo de un cerezo, en calma, bajo el sol de primavera, con las nieves al fondo, nos preguntamos. Y solo hallamos la respuesta de nuestra existencia, del misterio, y de nuestra finitud, como verdades indubitadas. Nuestra vida y nuestra muerte, que es la que añade valor a nuestra existencia.


Nota: Lo magistral de esta escena de la película de Bergman, es que se refleja el debate teológico que hubo en el profesor cuando era aún un joven. Por un lado, su espíritu racionalista, como hombre de Ciencia, y que solo cree como realidades indubitadas, la muerte, la finitud y la propia existencia. Por otro lado, la religión. Y la actitud final de la madurez, la ataraxia, de un hombre que ha reflexionado profundamente sobre estas materias; con el triunfo final de una espera de la muerte en tranquilidad…

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