lunes, 14 de diciembre de 2009

Lecturas: “los demonios familiares de Franco”, de Manuel Vázquez Vázquez Montalbán. Y “Hombres representativos”, de Emerson.

En numerosas ocasiones he afirmado que en este país existe miedo a la libertad política. Hay materias que se presentan como tabú; y cuando se habla de ellas se hace con un determinado miedo, que nos acosa. Solo hace falta leer los periódicos, o las televisiones, para darse cuenta de un determinado miedo a la libertad política que nos asola. ¿Qué se entiende por libertad política? Pues nada más que en las luchas por el Poder los ciudadanos tengan algo que decir. Pero en ellas apetece en mayor medida el silencio o el anonimato en la expresión de las ideas que tratan de construir convivencia; y no en esa aberración que se está convirtiendo la participación en los foros de internet o en las entradas y comentarios a las noticias, que están convirtiendo al opinión en un viejo casino castizo. por ciudadanía entiendo gentes formadas, gentes leídas, gentes con capacidad para opinar y para decir, compuestas por personas con ánimo de decir verdad; gentes habilitadas por una educación pública, tal y como supieron verlo en su día aquellos krausistas, aquellos regeneracionistas, aquellos anarquistas cultos (muchas veces se olvida que había anarquistas muy pero que muy cultos). Pero eso es tan difícil que los ánimos se encrespan de modo muy peculiar. Algunas veces pensamos que España es una república bananera. Efectivamente, no solo es que creó el modelo de lo que son repúblicas bananeras, sino que además lo exportó a Hispanoamérica. Leer “Muertes de perro”, de Francisco Ayala, es un ejemplo de cómo funciona ya no solo las repúblicas bananeras, si no el propio egoísmo humano, la codicia y la envidia. En fin, unas pasiones dolorosas; y en el aspecto de la política española la cosa es para echarse a llorar, por pura desesperanza ante la belleza que significa el bien, la convivencia, el debate, la alegría, y el pesimismo que significa observar los comportamientos humanos, capaces de llevar a las intransigencias, a la radicalización de las posturas, ante unos principios que consideramos inamovibles, y por los que se estaría dispuesto a lo peor. Pero los intereses son tantos, y la forma de ver el mundo de unos, trata de imponerse a otros, con todo el ejercicio de la fuerza que sea posible. Estoy firmemente convencido que solo con el diálogo entre personas de veras liberales –discretos, en la forma a como señalaba Cervantes; o virtuosos, en la tradición griega- se podría lograr el fenómeno del acuerdo. Y no deben confundir “el acuerdo”, con “el consenso”; quienes acuerdan lo hacen por beneficio de todos y en ejercicio de la libertad; quienes consensuan quieren la paz, al modo a como quieren la paz los intransigentes, como un pacto de no agresión. El consenso es un pacto entre intransigentes, con el objeto de salvar los muebles. Con el objeto de copar cada cual su cuota del pastel en la tarta del Poder. La toma de postura liberal, en este país, es la toma de postura del pardillo. Sin lugar a duda Emerson en este país hubiera sido un pardillo; y Ayala, con lucidez, lo advierte en esa sin par ficción que ejemplifica muertes de Perro. El núcleo central, en mi opinión, de la historia política española, y que lleva a la intransigencia, reside en un hecho incontestable que asoló la convivencia, el 17 de Julio de 1936. Aquellos días un generalato decidió sublevarse, haciéndose árbitro de la política nacional, tal y como en la política española había sucedido cada vez que se les antojaban. Esa fecha destruye todo lo que en política puede tener de bello como constructor de la convivencia. Los principios liberales de Thomas Payne, revolucionario en Inglaterra y en Norteamerica, se tiran por el retrete; como esos hombres representativos que nos refirió Emerson, para hacer posible un régimen donde la Libertad sea el eje; pero Spain is different. Ese modelo de hombres representativos solo tuvo lugar en un paralelo, donde se vio emerger un régimen que abogaba por la Libertad; pero que nació acosado en todas direcciones; y lo que surgió fue un conflicto fratricida que trajo consigo una larga y peculiar dictadura. Uno de los libros que he leído últimamente ha sido el de “Los demonios familiares de Franco”, escrito por M. Vázquez Montalbán. En él se recogen los elementos de la configuración ideológica del régimen político surgido tras del conflicto bélico español; un régimen que no guarda absolutamente ninguna correlación de lo que significa una postura emersoniana. Fue un régimen peculiar, donde el uso del lenguaje se utilizó como una neolengua. Al principio Vázquez Montalbán comienza una parte expositiva, que titula Fascismo y Franquismo; de vez en cuando va incorporando citas textuales de discursos, opiniones, entrevistas, del General Franco; hasta, por último, dejar que estas sean solo el núcleo del discurso, para dejar mudo al comentarista y, por ende, al lector. El efecto producido es abrumador y triste; sumamente triste; tan triste como puede ser leer “los demonios familiares de Franco” justamente después haber leído “los hombres representativos” de Emerson. La mitad del siglo XX España vivió en aquel régimen político que mantuvo una ideología peculiarísima, y sin parangón en el mundo civilizado; tan sumamente fea y horrida; oscura y gris, que si comparamos a la luz que puede ofrecer la lectura de un Emerson, junto a las citas de la ideología franquista, produce el efecto de las luces que advierten los esclavos platónicos a la luz de las cavernas. Emerson es la luz. No diré que es la caverna; pero sobre la caverna se montó el chiringuito, todo con la ayuda de Kissinguer, el país de Emerson.

No hay comentarios: