viernes, 4 de diciembre de 2009

Azorín y la Voluntad. Tiembla un hombre.

Azorín consiguió un gran dominio de su arte cuando publica los Pueblos, en 1905; arte que maneja a la perfección en Castilla, publicada en 1912. En los pueblos hay tres artículos que aparecen bajo el epígrafe de “Andalucía trágica” que son “En Lebrija”, “Los obreros de Lebrija” y “los sostenes de la patria”. Tres artículos que son una obra de arte en cuanto a reportaje periodístico y de manual literario. En ellos se aúnan cuatro conceptos. A saber: el periodismo, el artículo, el reportaje y la literatura. A su vez es una expresión acabada del dominio magistral de Azorín en los materiales artísticos con los que trabaja. La lectura de estos artículos es del todo recomendable, pues en ellos advertimos todo lo que puede representar aquella España de finales y comienzo de siglo. Leerlos es un ejercicio de contemplación estética: es un cuadro, con sus olores, con sus figuras, con la fuerza de sus imágenes, sus texturas, ritmos y cadencias, emociones y, a su vez, es una muestra de verdad. Una verdad que está en el arte. Son artículos periodísticos convertidos en arte. La simplicidad y la complejidad de Azorín son majestuosas. Sencillas. Nos encontramos allí ante un maestro. Hoy Azorín es poco leído. Quizá poco comprendido. Pero si hay un compendio de lo que fue la generación del 98 ese es Azorín. Si Machado representa la bondad. Azorín representa la crisis espiritual que atenazó a aquellos hombres y artistas. Si veo en tales artículos de “la Andalucía trágica” un summun del Arte de Azorín, por su perfección estética; aún más allá encuentro a Azorín, aún J. Martínez Ruiz, en la Voluntad, por su imperfección. La Voluntad es el ejemplo perfecto de una obra imperfecta donde late un hombre. De ahí su interés y la admiración que puede representar. Es la obra de un artista, de un hombre, que está experimentado el trazo, el color de su pincelada, y a su vez, su propio ser. En la Voluntad late un hombre que tiembla, contradictorio, hecho de retazos. La Voluntad es un retazo, una miscelánea de búsquedas, de callejones, de bocetos, de cuartillas embarradas dispersas, aquí y allí, públicas, escondidas en un cajón, no aparecidas unas, otras en papel de periódico, novelas a medio terminar, pasos atrás, callejones sin salida, desencuentros y perdidas. En la Voluntad J. Martín Ruiz está experimentando sus contradicciones y su arte; pero a la vez, tiembla un hombre. De su imperfección trae su perfección, de su experimentación su hallazgo. Si algo hay en él es un hombre que se hace, que cambia, que se trasforma en lo que va a ser el Azorín maduro en el culmen de su creatividad. Después ya no volverá a esa cima de los hallazgos conseguidos. Para qué, si ya ha llegado a ella en su madurez y juventud. La Voluntad es la escalada, de senderos en los que se adentra. De senderos que se multiplican y desaparecen, que se siguen y que se hacen, sin vueltas atrás, sin tachones. Senderos que terminan abruptamente, pero que van siendo abiertos; como cuadros del artista. El camino espiritual de un artista que manipula con “el color”, como ese color del que aquí atrás referíamos al tanto de Deleuze.

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