miércoles, 13 de mayo de 2009

El mandato imperativo en el debate del estado de la Nación




No he podido seguir todo lo que se ha dicho en el debate sobre el estado de la Nación que se está celebrando en el hemiciclo. Me imagino que no escucharé, tampoco, la tanda de disparates, recortes y montajes que harán las televisiones, según sus intereses; solo algunas cosas me han llamado la atención. La primera ha sido el surrealista inicio de la sesión. Han jurado o prometido dos nuevos diputados su respeto a la constitución de 1978, como trámite para ser diputado de iure. No tengo conocimiento si el reglamento de la cámara así lo exige; pero a mí me parece prometer o jurar una cosa así fuera de sitio. Máxime si la política fuese si y solo si, estar de acuerdo con el sistema político vigente, como si éste fuese el más democrático de los sistemas posibles. Cosa que no lo es, como he venido señalando. Que un diputado vaya a las Cortes, firme donde haya que firmar, recoja su acta y punto. Ahora bien: yo me pregunto cómo ha llevado ese diputado al escaño, y que clase de servilismos llevan a tal honorable cargo, y quien elige a quien debe sentarse en el escaño. Parece ser que eso se tramita dentro de los partidos, cosa que huele a gato encerrado. Juro respetar la constitución, dice el diputado de turno; pero resulta que este se pasa por el aro la propia constitución, que señala la prohibición del mandato imperativo de los señores diputados. Pues vaya un coño. Mejor diga usted juro y prometo rendir pleitesía a los que tienen el Poder en mi partido –quienes lo financian-, y más acorde a la verdad sería la cosa. El problema reside en el sistema de listas para la cámara representativa y sobre quien decide esa lista. Porque si la lista es elegida por los partidos, que es lo que ocurre, el pavo que jura y promete no representa a la ciudadanía. Sino que representa a quien le eligió, que por supuesto no es el ciudadano, sino los que mandan en los partidos. Y como todo el mundo sabe, se sabe quién manda: el que pone más dinero. Lo del mandato imperativo era una cosa del Medievo, cuando los franceses mandaban a las cortes con un papelito donde se escribían las peticiones que su representante debía hacer. Pero eso se rompió con el más revolucionario de los cambios políticos ocurridos en el mundo occidental. Los representantes podían saltarse a la torera el mandato imperativo y romper el papelito de los representados. Así que va y resulta que el la Constitución española prohíbe el mandato imperativo, y el diputado puede, en las votaciones y a su antojo, votar lo que crea conveniente. Así debería ser, y daría un margen de libertad al diputado, de acuerdo a sus convicciones morales y política. Ello exigiría un mayor nivel político de éste, pues su elección ya no dependería de “El Jefe” del partido, del Oligarca de turno, sino que la ciudadanía debería elegirle, en base a que le acepte como representante. Y una vez que se convirtiera en diputado, pudiera mandar el mandato imperativo, como la constitución manda, al W.C. Pero resulta que esto señores diputados no van por libre, sino que deben votar lo que imperativamente le mandan en su partido. ¡Como para que el parlamento limite el poder del Ejecutivo!: el que si se tira a la basura es a Montesquieu. El Poder absoluto lo ejercen esos que ponen al diputado en la lista, pasándose el mandato constitucional de no seguir ningún mandato por los forros. Vaya un juramento más tonto que he oído hacer a los diputados esta mañana. Así que, desde ahí, apagué el transistor.

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