martes, 13 de mayo de 2008

El sheriff, el pistolero y el empresario tardofranquista: la ley del oeste en Coslada.

Muchos pesarán que aquello de lo que hablo es pecata minuta y que mis apreciaciones son peregrinas, cuando no sacrílegas, para con el poder constituido, fáctico, fatídico, o velado, que es el que realmente mueve los hilos. Pero en un pin, pan, pum, aparece por doquier: se desgrana y rebotan el suelo las cuentas del collar que estallan en el gres. Pero no pasa nada: la mano negra, el velado demiurgo que mueve los hilos, recogerá las piezas y las volverá a colocar a su antojo. En fin, que de lo que hablo se encuentra a la orden del día: es de ética, de moral y de política. Y "la ley del oeste", todo junto: Ven ustedes de lo que les vengo hablando de modo repetido. No voy a esconder que soy muy conocedor de la zona cosladeña: en mis años mozos bebí litros de alcohol en el centro Urugay, que corrieron por mis venas -pues siempre me ha gustado la parranda-, y bien se de lo que me hablo. Vengo repitiendo lo del Western, como si eso fuera alejado de lo real y va, y resulta, que hasta en esta ciudad ribereña del Jarama tenían un “Sheriff” que impartía su ley: la ley del Oeste. No puedo entrar mucho en ello, por falta de tiempo, pero todos saben que en esa ciudad no solo imperaba la ley que este señor imponía. “La mano”, Il capo, es otro. En el pasado era “un pistolero”, esto es una chapuzas con tino, estilo al pocero, que formaba una cuadrilla; en los años 70 fue montando su imperio. Esos empresarios del tardo-franquismo que añoraban la paz social del "jefe de empresa" y que no conoce más ley que la de sus santos huevos: léase el peregrino empresario español que de poner ladrillos, pasa a tener empresas de materiales, camiones, camioneros, floreros, matones, policías a su cuenta, personas, calles, negocios, concesionarios de vehículos, objetos con forma de persona, con carne y ojos que les ríen las gracias. Han pillado el Sheriff: detrás de el se encuentra el señor Chisum, que, como un cerdo, chapotea en el “el barro” o “el barrizal”. Pero fíjense ustedes: no es solo éll que me resulta molesto, sino la panda de energúmenos insufribles que le ríen gracias. Más atrás me decían que mi actitud no es política, y en eso debo discrepar enérgicamente; es un deber inexcusable imponerse a esos “pistoleros” que no tienen más ley que la que ellos dictan. En Coslada saben muy bien de lo que hablo, y no es Ginés de Paparilla, sino los cerdos que chapotean con en cemento. Soy un pesimista lúcido, el cerdo seguirá disponiendo su ley a la ciudad. Posiblemente, cuando vuelva la Derecha al poder, le impondrán la medalla el mérito al trabajo, pues de ser un albañil pasó a dirigir una ciudad y a tener un imperio a su lado: son los “amos de Coslada” (Busquen en Google). Los conozco bien, les he olido el aliento alguna vez, y no tienen más que mierda dentro, aunque se laven en lavabos con grifos de oro.

sábado, 10 de mayo de 2008

Duelo en alta Sierra: hablemos del Western, de la vida, de cine y de la dignidad de todo ser humano.


Hasta hace bien poco me había suscrito a un debate político infructuoso, alejado de mis verdaderas intenciones vitales, y por ello algunas de mis entradas primeras trataban sobre esta materia bella, si se habla con gentes que procuren el bien común, o truculenta, como puede ser condición habitual de aquellos que procuran que sean los intereses particulares y egoístas los que se impongan. Por suerte he abandonado tan infecunda y árida materia: la política me interesa como lugar de análisis ético y nada más. Por ello, mis últimas entradas están relacionadas con lo que mas me gusta: el Cine. Ese lugar mítico por donde desfilan los tipos y personajes encerrados en el encuadre y que, unas veces de manera sencilla y otras de manera compleja, sirven para reflexionar sobre el “ser humano”, su integridad moral, su dignidad, o, en suma, de vida. A la par de ser, por supuesto, un entretenimiento muy virtuoso la más de las veces. He de comunicar a mis lectores que no soy crítico de cine, tampoco filósofo, ni profesor, ni político, ni nada por el estilo. En todo caso, podría definirme, motu propio, como un agricultor: un hombre sencillo de campo que gusta de los campos abiertos, del sol, del viento suave y de los bellos paisajes que la naturaleza nos propone, nada más: algo así como un outsider. No es de estrañar que sea un apasionado del Western. Pese a la humildad de mis proposiciones, trato de reflexionar sobre los meandros de la virtud, la Verdad, y la difícil reflexión acerca del bien y del mal; asuntos de los que trataba el más cinematográfico de los géneros. Es difícil que cuando escriba mis críticas sobre Cine mis lectores se encuentren sesudas reflexiones que añadan lo que dijo Wittgenstein, o sobre la postura Sartriana, es un decir, de un personaje o la influencia de Shopenahuer en el director, como hacen muchos cuando escriben y que incluso yo, en alguna ocasión, he caído: como si hiciera falta añadir, para parecer hombre leído y culto, lo que otros dijeron, para casi no exponer para nada reflexión propia, clara y diáfana, tal y cómo uno propio piensa; si uno se repite con otro, pues se repite y no pasa nada. Esto quiere decir que el que esto escribe es consciente de sus limitaciones, pero que, no por ello, tenga nada que decir que no sea verdad. Muchos días tengo el privilegio de contemplar la belleza del paisaje valxeritense que me rodea desde varias atalayas privilegiadas a diferentes altitudes, pero, hasta hace poco, miré cara a cara, a los ojos, de cerca y dentro de una urna de cristal al “ser humano” en un trabajo realmente duro que me marcó. Por ello, sí, reconozco mis limitaciones, pero soy consciente, como muchos personajes del paisaje westeriano, de que tomar determinadas decisiones morales son vitales: vitales para cada cual y que, añado, nuestra calidad de personas se pone en juego cada vez que elegimos. Puede parecer exotérico, pero para mí no lo es tanto: es la raíz de lo que ocurre en el Western y fundamental para desentrañarlo. Como señaló Truffaut el cine se encuentra muy cerca de la vida. La vida y el cine se comunican. Busco respuestas y, eso al menos, creo que es lo esencial o importante: significa que existen preguntas. El cine es un ejercicio práctico de filosofía, y no es extraño que muchos “amantes del saber” sean, a la vez, "amantes del cine": ver buen cine ayuda a la frónesis (!vaya! ya introduje un terminejo), esa sabiduría práctica puede aplicarse a casos concretos y particulares. Muchas películas viejas significaban la rememoración inveterada de las viejas tragedias griegas, como muchos saben, y las reglas de la estética y la poética que afamados filósofos dispusieron pueden ser aplicables cuando visionamos una buena obra cinematográfica. La gracia que tiene el Cine, y el particular el Western, género del que especialmente me apasiona – me gustaría ir mezclando comentarios sobre películas viejas y actuales-, es que no necesitan tanta frónesis, fenomenología Neokantismo, si me apuran, y ni tanta gaita para hablar de cosas sumamente importantes: la rectitud, la buenas obras, la moralidad en el uso de las armas, el deber y su cumplimiento, la vida en comunidad, la simbiosis del hombre y la naturaleza… y miles de cosas más de la que nos hablan los Westerns sin tanta entelequia, holismo o inmanencia. El Western era un género, la más de las veces, realizado por hombres duros y sencillos que se debatían con sencillez en complejas cuestiones morales: por eso disfruto del género. Subrepticiamente, entre relichos, polvo, desierto y balas el Western habla de personas de una manera calmada y sencilla, y sin tanta etiqueta epistemológica. Muchos me llevarán la contraria, lo sé, pero prefiero un buen Western, como camino hacia la verdad, a leer, por ejemplo, "Lenguaje, verdad y Lógica", de Ayer: soy así de rústico (aunque no crean que tanto). Sé que para muchos, especialmente jóvenes, estas películas viejas les resultan difíciles de visionar en la eterna altura de los tiempos que suelen despreciar lo de más atrás: sin embargo, siempre habrá locos de las praderas que descubran lo maravillosas que estas películas eran. Y que en una galopada recortada tras la puesta del sol hay más "amor al saber", según yo creo, que en sesudas diatribas y conferencias de renombrados intelectuales. Cojamos por ejemplo “Duelo en alta Sierra” de Sam Peckinpah, rodada al viejo estilo Fordiano e influida poderosamente por los Westerns de Boetticher. La película es formidable; viene aquí a cuento el lirismo que el autor le imprime, tal y como ha subrayado la crítica desde su estreno, pero en especial, para mí, se encuentra en la “dignidad” en el personaje interpreta Joel McCrea. Más abajo hablé sobre como Jhon Huston trataba sobre “el fracaso”; ahora, sin embargo, es preciso hablar sobre la “dignidad” de los que muchos presuntos “fracasados” pueden llegar a experimentar cuando lo que hacen lo hacen, simplemente, porque es lo correcto. La película de Peckinpah reflexiona sobre esto y sobre otras muchas cosas, como he dicho, como saben hacerlos los sabios de veras: con sencillez, con libertad y sin tanta orquesta especulativa. Joya del cine.

viernes, 2 de mayo de 2008

"Promesas del Este": un film noir de David Cronemberg


David Cronemberg: "Soy un documentalista de los aspectos más oscuros del alma humana"



Promesas del Este, último film de David Cronemberg, es una excepcional pelicula. Y digo esto de excepción con argumentos de peso: es raro, hoy en día, encontrar un film de “cine negro” con las características de Promesas del Este. De hecho, añadiría que hoy en día es difícil encontrar películas de la calidad de ésta. Muchos jóvenes se están habituando a un artificio audiovisual lleno de aspavientos formales que nada añaden a la historia narrada y eso es algo que muchos estamos aburridos de señalar: las cámaras que filman la escena parecen las aspas de un molino, ahora llamados video-clips musicales. Estas cámaras mareantes olvidan lo esencial del plano: lo que yo llamo la “metafísica del plano”. Por ello encontrar una película de las características de Promesas del Este es, como digo, muy difícil. Es difícil encontrar, también, una película al estilo noir, donde se reflexione sobre los límites difusos entre “el bien” y “el mal” y, en suma, sobre la moralidad de los actos de los personajes: eso se consigue aquí. La película trata sobre el funcionamiento de las mafias rusas en occidente. Los juegos de moralidad de los personajes son lo más importante del film, donde los intérpretes están escogidos con buen tino y, de hecho, es un pilar importante dentro de la película. En definitiva, que la recomiendo. Al tanto de esta película hago las siguientes reflexiones que me suscitan sobre la violencia y la moralidad y que, quizá, solo pueden ser entendidas tras verla, y tras conocer, un poco, el camino habitual del que esto escribe.

Más abajo reseñé algo sobre No es un país para viejos y, en especial, sobre la podredumbre humana que mucho cine de hoy en día refleja ya sin aspavientos y, sí, con mucha víscera. La violencia siempre ha sido un referente para el Cine desde sus inicios. Sin embargo, ahora es demostrativa: atroz. Yo diría que hasta, en cierto punto, cargante: campea dentro del campo lo que antes era elíptico . Pero es que, sin duda, la violencia explícita que ejerce el ser humano sobre otro no es algo inusual y lo encontramos a cada Credo que se reze; ciertamente, la violencia se encuentra alejada, en una frontera sutil, del común, de las personas corrientes. Una frontera de cristal muy permeable, donde definir lo que está bien y lo que está mal es sumemente dificil. Lo que ahora nos parece mal, enlatado dentro del campo que la cámara recoge, aplastándolo, puede ser que, mañana, nos convierta a nosotros mismos en personajes ubicados tras el cristal. En Promesas del Este, de David Cronemberg, queda explicitado en la conversación que mantienen Nikolai (Viggo Mortensen) con Anna después de que esta última entrega el Diario probatorio de una violación en una hamburguesería. El mundo corriente se encuentra, allí, en la mayoría de las mesas que ocupan ese establecimiento de comida rápida: un mundo del que formamos parte; pero lado oscuro del alma humana se encuentra traspasando el umbral de la hamburguesería, o no tanto, o allí al lado: en cualquier recoveco, sentado junto a nosotros, de frente, en el umbral, como digo, o en el la basura antropomórfica. Como dice David Cronemberg: la violencia es violencia. Nota muy alta para esta película que nos relata los mecanismos de actuación de las mafias rusas; no puedo entrar hoy, por falta de tiempo, sobre más aspectos; sin embargo, la moralidad, como siempre ocurre en el buen cine, es la que se pone en juego: Dilemas morales y la pregunta sobre la justificación de la violencia en un film noir de todas todas

Promesas del Este y Davi Cronemberg

David Cronemberg: "Soy un documentalista de los aspectos más oscuros del alma humana"

Más abajo reseñé algo sobre No es un país para viejos y, en especial, sobre la podredumbre humana que mucho cine de hoy en día refleja ya sin aspavientos y con mucha víscera. La violencia siempre ha sido un referente para el Cine. Sin embargo, ahora es demostrativa: atroz; yo diría que hasta, en cierto punto, cargante. Pero es que, sin duda, la violencia explícita que ejerce el ser humano sobre otro no es algo inusual; ciertamente se encuentra alejado, en una frontera sutil, del común: de las personas corrientes. En Promesas del Este, de David Cronemberg, queda explicitado en la conversación que mantienen Nikolai (Viggo Mortensen) con Anna (Naomi Watts) después de que esta última entrega el Diario probatorio en una hamburguesería. El mundo corriente se encuentra en la mayoría de las mesas que ocupan ese establecimiento de comida rápida; el lado oscuro del alma humana se encuentra traspasando allí al lado: en cualquier recoveco, en el la basura antropomórfica. Y como dice David Cronemberg: la violencia es violencia. Nota muy alta para esta película que nos relata los mecanismos de actuación de las mafias rusas; sin poder entrar sobre en más aspectos, la moralidad, como siempre ocurre en el buen cine, es la que se pone en juego: Dilemas morales y la pregunta sobre la justificación de la violencia.

No es país para viejos: áridos recovecos de la existencia.


No hay manera más imbécil de tirar el dinero como pagar para ver una película doblada. Pues eso: me ha pasado a mí. Nunca clamaré tanto contra nada como contra esta nefasta costumbre a la que los pacatos censores del franquismo habituaron a la población haciendo doblar las películas. Esto tuvo importantes aspectos negativos que no voy a señalar ahora: pero más negativo aún es que, a sabiendas, vaya uno y cometa la tontería de pagar la entrada. Hace poco residía en una ciudad donde, al menos, muchos estrenos de películas satisfactorias se podían ver en V.O.S. Sin embargo ahora no me queda otra y si las quiero ver en pantalla grande me las debo tragar doblada. Creo que la solución está en los proyectores lumínicos para el salón de la casa, en una nueva cinefilia del DVD y de home cinema. Digo todo esto porque hube de ver “No es país para viejos” de los hermanos Coen, en versión doblada y no fue, tan solo, el dinero lo que más me fastidió, sino, más bien, lo de no poder disfrutar de una buena película, como a mi me pareció que es ésta, en toda su integridad. La sensación y emociones que se sienten por primera vez al ver una película son para un cinéfilo importantísimas: pues parte de esas sensaciones las perdía al ver la película doblada. Pero en fin, el error lo cometí yo y nadie más. “No es país para viejos” supone una un film árido, rodado en un paisaje árido, telúrico, como es el alma de muchos humanos, sino de la humanidad toda. Soy un nihilista, que le voy a hacer, desde que un trio de personajes decidieron invadir Irak y por algún que otro motivo más que no viene a cuento. El desierto en esta película, una vez más, cobra protagonismo metafórico es un personaje brutal: Anton Chigurh. La película destila cierto clasicismo que la versión doblada no me permitió destilar, aunque no del todo se podría calificar así, sino cierto aire “indie” o “sundance”. Aunque eso no es lo que me importa. Lo que me importa es la aridez moral del personaje interpretado por Javier Bardem que no es secundario, si no principal, que interpreta. Personaje que puede ser extrapolable a la sociedad toda, al orden mundial y a la sociedad americana en particular: la inmoralidad total en la que consiste el asesinato de otra persona. El papel del Sheriff, interpretado por Tommy Lee Jones, se convierte ya no solo en un personaje crepuscular, sino en una verdad insoslayable: los viejos sheriff del Far West nada pueden hacer en un mundo poblado de psicópatas. Y es que Antón Chigurh no es un psicópata al uso: es una oscura rémora de lo que se cuece en el mundo y de los mandamases que tratan de dirigirlo, desvirtuando los viejos valores de los viejos vaqueros. No es de extrañar, como nos señala uno de los personajes, que por aquellos lugares desérticos ocurriera el famoso duelo de O.k. Corral entre Earp y los Clanton: lo viejos héroes han desaparecido y es el lugar de la nada, de la violencia. Efectivamente, No es un país para viejos: sino un país para locos. Y el país es el mundo todo. De una manera sucinta, destaco dos momentos en Off: El resultado del enfrentamiento entre Chigurh y Brolin y, dejándonos en ascuas, aunque prediciendo la conducta amoral del asesino, tras el encuentro entre éste y la esposa de Brolin.