martes, 29 de abril de 2008

Jhon Huston: "filosofía de la voluntad" dentro de una "filosofía sobre la vida"




No soy yo de los hustonianos, aunque creo que por razones diferentes a las que dieron los cahieristas. Reconozco, sin embargo, que la visión del mundo que tenía Jhon Huston no difiere del todo de la que yo mantengo: no es a ello a lo que me refiero. Señala Angel Quintana (Dirigido por… nº 345) que Huston, señaladamente, era más un cineasta de la voluntad que del fracaso. Defiende este crítico lo siguiente: que la “voluntad” que tienen los personajes que pueblan sus filmes constituyen una, aunque sea pequeña, victoria moral, pese a sus indefectibles “fracasos”. La figura del “fracasado” me resulta especialmente interesante y es, por ello, el interés que me mueve para escribir aquí sobre ello. Son muchos los personajes que, al final de sus vidas, o terminan derrotados o, más bien, tienen una sensación pareja; sin embargo, es cierto como dice Quintana, que “la aventura”, pequeña o grande, cuya etiología cosntituye la búsqueda de un éxito o un fracaso, significa la victoria para Huston suficiente que dignifica a sus personajes. Victoria que casi siempre les suele negar al final, castigándoles injustamente con el fracaso. En parte esa injusticia es la que le repochan sus detractores y bien quedó reflejado por Eastwood: Huston se constituye, salvo en una sonada excepción, en un demiurgo, en un Dios de la ficción, sumamente severo. Quizá eso era lo que les molestase en cahiers, no lo sé. Las razones, las mías, por las cuales no soy un ferviente hustoniano se encuentra, quizá, en la irregular carrera del director, donde abundan buenas películas con mediocridades, por alimenticias que sean, muy indignas. Eso sí, reconozco que “Moby Dick” o “Fat City” son dos grandes películas y, como casi todo el mundo, reconozco que Dublineses es una obra maestra, por motivos que ya desvelaré más adelante. Y aunque disfrute holgadamente con los escasos minutos de “The red Badge of Courage” y tenga a la “Reina de África” como un clásico perdurable detesto a más no poder muchas cintas de Huston: “Moulin Rouge”, “Annie”, “Evasión o Victoria” entre ellas. Aunque en todo esto hay mucha unanimidad y no descubro ningún mediterraneo. Fíjense: reconozco como más magistral una película que trata de retratar al director, como “Cazador Blanco, corazón negro” de Eastwood, que casi ninguna – a excepción de Dublineses- de sus películas. Pero no es mi intención, sin embargo, hacer un juicio, positivo o negativo, de su filmografía, sino, más bien, efectuar alguna exégesis de los que yo considero importante: la relación, o aportación, que el cine puede mantener con la vida y, por tanto, con la propia filosofía: si entendemos, de alguna manera, la concepción de “la vida”, como quería Ortega, como una metafísica o, mejor dicho, como “realidad radical” del ser humano. Repito: el Cine, como arte para entender la Vida y, por tanto, la Verdad se me hace sumamente interesantes y, por ello, hablo de Cine en páginas de filosofía, moral y ética. El universo hustoniano - aunque a algún cahierista de los de viejo cuño les pueda molestar- existía: este director –aún con una “puesta en escena” criticable, con alguna razón, por numerosos críticos- trataba de plasmar su visión del mundo en sus filmes, unas veces con mejor o y otras cpn peor resultado. Y, en parte, hablar de Huston como cineasta de “la voluntad” o cineasta de “el fracaso” es señalar eso. Para Huston, repito, los perdedores, frente a otros autores, se fraguan con “el fracaso”: sin embargo estos se salvan, moralmente, por “la voluntad” aventurera. Esto es muy interesante para obtener reflexiones morales vitales para cada cual. Es “El tesoro de Sierra Madre”, pese a todo, un importante fiasco, al menos para el que esto suscribe; sin embargo hay una parte del diálogo durante la película que me gusta singularmente. Es el momento en que los tres buscadores de oro hablan, a la luz de la lumbre, sobre sus sueños y el lugar perenne donde buscar la felicidad. Uno de ellos, el más joven, rememorando, expresa cual es éste: plantar frutales, tener su propio huerto suficiente para él y los suyos, participar en la vida colectiva de la población en los tiempos de recolección. Nada sabemos si, al final, cumpliría su sueño: solo sabemos de su fracaso parcial ante la búsqueda del oro; fracaso, esta vez, consecuencia de la vil transformación que el polvo brillante causa a uno de sus compañeros. Señalaré que el subrayado redundante, como muchos han dicho, entre otras más cosas, se carga la película. Sin embargo, el diálogo aportado me parece extraordinario por cuestiones personales. Pese a no ser yo un Hustoniano, como he dicho, si soy un Eastwoodiano. El retrato que Eastwood hace de Huston me parece magistral en “cazador blanco, corazón negro”: la explicación de porqué los personajes de “la Reina de Africa” no fracasan en su aventura en esta única película que gusta a los anti-hustonianos me parece soberbia. No quisiera apretujar demasiado los contenidos aquí expuestos, pues necesitaría más espacio, y tampoco quiero cansar a mis amigos de la tertulia cinéfila: ellos saben que yo tengo mi jardín de Epicuro y que, como el protagonista del Tesoro de Sierra Madre, yo si cumplí mi sueño, tras ver la miseria humana –esto no lo saben tanto, pero ya se lo explicaré, pues no es bueno guardarse nada bajo la faltriquera, que luego se somatiza y se sufre de contracturas y dolores varios-; en otra ocasión, por tanto, las relaciones entre “el elefante”, de corazón negro, cazador blanco y “la ballena” de Moby Dick. Sirva la fotografía del elefante de más arriba para iniciar una reflexión más amplia sobre Dios, sobre la vida y sobre la naturaleza. Por lo pronto suspendo mi blog por un periodo éste que puede ser comprendido sin más ni más a poco que se piense: hasta la vista amigos.

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