lunes, 14 de abril de 2008

Heston y una de romanos





Con tristeza leo sobre la muerte de Charlton Heston. Poco a poco, tristemente, los grandes mitos del celuloide, los ídolos olímpicos inmortales del siglo XX, van desapareciendo irremediablemente. Este actor de largos músculos se especializó en papeles que representaban a alguna figura histórica de renombre: El Cid, Judá Ben-Hur, Moisés. Su físico ideal, por cumplir los cánones griegos y los modelos de belleza clásica, venía como molde para resaltar la figura del personaje que interpretaba; sin embargo, todas estas películas dirigidas por directores que en su día eran reconocidos especialistas, como Cecil B. de Mille, (que hoy no pasan por ser, en especial el último, como correctos, pero aburridos directores de peplums y cine de aventuras que falsearon, a través de cartón piedra, los hechos históricos a la conveniencia de la moral y sociedad norteamericana del momento); como digo, todas estas películas están teniendo un mal envejecimiento, quedando irremediablemente anticuadas. En materia de directores de las películas que Heston intervino no me refiero, por su puesto, a William Willer, director fetiche de André Bazin, ni de Anthony Mann- ex marido de Sara Montiel- y director al que llevo yo varios años reivindicando. Sin duda, para mí, las dos mejores películas en las que intervino, a parte de alguna mítica como “el planeta de los simios”, fueron “el señor de la guerra”, del Franklin Schaffner, y “Sed de Mal” de Orson Welles, películas donde, en verdad, adquiría cotas de intérprete - aunque yo creo que más bien por la calidad de la efectiva dirección de actores de los dichos directores que por méritos propios-. En fin que muere un actor mítico y las columnas en los partidos de derechas se lanzan a ensalzar su magnífica figura, de la que nadie duda, simple y llanamente, no por sus cualidades cinematográficas, sino por su filiación política. Ni la muerte de Antonioni o de Bergman, auténticos maestros del 7º arte, despertó tanta pasión de obituario. Sin demérito del actor homenajeado en su actividad artística, como gran modelo, me opongo a los columnistas que, en la Razón y ABC, han ensalzado la figura de Charlton Heston por razones de política y no por razones cinematográficas. No queda duda de que en los cines franquistas el consumo ilusorio de esas macro películas de cartón piedra supusieran un bálsamo suave, frente a la ausencia de libertades públicas. Mientras, las obras maestras de Bergman quedaban relegadas, como mucho, a algún club de cinefilia y a los cines de arte y ensayo. Hoy en día, nostálgicos del technicolor, las masas de extras circulando por el scope, y de la felicidad edulcorada de las salas dando “una de romanos”, recuerdan a Heston como una de sus figuras mitológicas. Este señor defendía en su senectud el uso legal de las armas de matar personas: exclusivamente pedía licencia para las mismas, con el objeto de permitir el uso de balas vengadoras frente a otro ser humano - si la situación lo requería y siendo el criterio, tomado en décimas de segundo, el único correcto -. La ley del oeste. No voy a entrar en la argumentación moral deplorable que este señor hacía defendiendo la legalidad de las armas exclusivas para matar personas - o reptiles, que al caso puede ser lo mismo-, porque no es el asunto del que estoy tratando en este post, sino la proliferación de columnas en medios de la Derecha ensalzando a este actor, que, como he dicho y repito, rememoraba el adoctrinamiento balsámico que el régimen dictatorial imponía a la población: dando una de romanos. Nunca me pareció Heston un gran actor, a diferencia del entrañable Jhon Wayne, otro ultra-conservador, que siempre hacía de Jhon Wayne como nadie, y del que siempre he hecho encarecida defensa. Estos actores siempre interpretaban papeles con héroes de moral impoluta, pues ellos para sí y con razón, el hombre conservador no tenía tacha ninguna. Algo equivocados estaban, según mi parecer, y no hacían clara representación de lo que en el mundo había: pese a su loable interés de mostrar una bondad que la realidad esquiva sobre los que los conservadores y su moral son. Para ello me quedo con King Douglas y su luchador por las libertades en Espartaco, en otra de romanos que graciosamente los gobiernos socialistas nos la colocan todas las semanas santas, o el periodista que busca la noticia sin escrúpulos en la acida películas de Wilder, “el gran carnaval”, pero sobre todo, su papel como el idelista coronel Dax en la obra maestra de Kubrick “senderos de Gloria”: ahí si que sus antagonistas se corresponden con la moral conservadora; ahí si vemos como decidir que es “el bien” o “el mal” comprende una compleja definición, mas allá que los Waynes o Heston pudieran dar a sus maniqueos personajes.

No hay comentarios: