martes, 29 de abril de 2008

Jhon Huston: "filosofía de la voluntad" dentro de una "filosofía sobre la vida"




No soy yo de los hustonianos, aunque creo que por razones diferentes a las que dieron los cahieristas. Reconozco, sin embargo, que la visión del mundo que tenía Jhon Huston no difiere del todo de la que yo mantengo: no es a ello a lo que me refiero. Señala Angel Quintana (Dirigido por… nº 345) que Huston, señaladamente, era más un cineasta de la voluntad que del fracaso. Defiende este crítico lo siguiente: que la “voluntad” que tienen los personajes que pueblan sus filmes constituyen una, aunque sea pequeña, victoria moral, pese a sus indefectibles “fracasos”. La figura del “fracasado” me resulta especialmente interesante y es, por ello, el interés que me mueve para escribir aquí sobre ello. Son muchos los personajes que, al final de sus vidas, o terminan derrotados o, más bien, tienen una sensación pareja; sin embargo, es cierto como dice Quintana, que “la aventura”, pequeña o grande, cuya etiología cosntituye la búsqueda de un éxito o un fracaso, significa la victoria para Huston suficiente que dignifica a sus personajes. Victoria que casi siempre les suele negar al final, castigándoles injustamente con el fracaso. En parte esa injusticia es la que le repochan sus detractores y bien quedó reflejado por Eastwood: Huston se constituye, salvo en una sonada excepción, en un demiurgo, en un Dios de la ficción, sumamente severo. Quizá eso era lo que les molestase en cahiers, no lo sé. Las razones, las mías, por las cuales no soy un ferviente hustoniano se encuentra, quizá, en la irregular carrera del director, donde abundan buenas películas con mediocridades, por alimenticias que sean, muy indignas. Eso sí, reconozco que “Moby Dick” o “Fat City” son dos grandes películas y, como casi todo el mundo, reconozco que Dublineses es una obra maestra, por motivos que ya desvelaré más adelante. Y aunque disfrute holgadamente con los escasos minutos de “The red Badge of Courage” y tenga a la “Reina de África” como un clásico perdurable detesto a más no poder muchas cintas de Huston: “Moulin Rouge”, “Annie”, “Evasión o Victoria” entre ellas. Aunque en todo esto hay mucha unanimidad y no descubro ningún mediterraneo. Fíjense: reconozco como más magistral una película que trata de retratar al director, como “Cazador Blanco, corazón negro” de Eastwood, que casi ninguna – a excepción de Dublineses- de sus películas. Pero no es mi intención, sin embargo, hacer un juicio, positivo o negativo, de su filmografía, sino, más bien, efectuar alguna exégesis de los que yo considero importante: la relación, o aportación, que el cine puede mantener con la vida y, por tanto, con la propia filosofía: si entendemos, de alguna manera, la concepción de “la vida”, como quería Ortega, como una metafísica o, mejor dicho, como “realidad radical” del ser humano. Repito: el Cine, como arte para entender la Vida y, por tanto, la Verdad se me hace sumamente interesantes y, por ello, hablo de Cine en páginas de filosofía, moral y ética. El universo hustoniano - aunque a algún cahierista de los de viejo cuño les pueda molestar- existía: este director –aún con una “puesta en escena” criticable, con alguna razón, por numerosos críticos- trataba de plasmar su visión del mundo en sus filmes, unas veces con mejor o y otras cpn peor resultado. Y, en parte, hablar de Huston como cineasta de “la voluntad” o cineasta de “el fracaso” es señalar eso. Para Huston, repito, los perdedores, frente a otros autores, se fraguan con “el fracaso”: sin embargo estos se salvan, moralmente, por “la voluntad” aventurera. Esto es muy interesante para obtener reflexiones morales vitales para cada cual. Es “El tesoro de Sierra Madre”, pese a todo, un importante fiasco, al menos para el que esto suscribe; sin embargo hay una parte del diálogo durante la película que me gusta singularmente. Es el momento en que los tres buscadores de oro hablan, a la luz de la lumbre, sobre sus sueños y el lugar perenne donde buscar la felicidad. Uno de ellos, el más joven, rememorando, expresa cual es éste: plantar frutales, tener su propio huerto suficiente para él y los suyos, participar en la vida colectiva de la población en los tiempos de recolección. Nada sabemos si, al final, cumpliría su sueño: solo sabemos de su fracaso parcial ante la búsqueda del oro; fracaso, esta vez, consecuencia de la vil transformación que el polvo brillante causa a uno de sus compañeros. Señalaré que el subrayado redundante, como muchos han dicho, entre otras más cosas, se carga la película. Sin embargo, el diálogo aportado me parece extraordinario por cuestiones personales. Pese a no ser yo un Hustoniano, como he dicho, si soy un Eastwoodiano. El retrato que Eastwood hace de Huston me parece magistral en “cazador blanco, corazón negro”: la explicación de porqué los personajes de “la Reina de Africa” no fracasan en su aventura en esta única película que gusta a los anti-hustonianos me parece soberbia. No quisiera apretujar demasiado los contenidos aquí expuestos, pues necesitaría más espacio, y tampoco quiero cansar a mis amigos de la tertulia cinéfila: ellos saben que yo tengo mi jardín de Epicuro y que, como el protagonista del Tesoro de Sierra Madre, yo si cumplí mi sueño, tras ver la miseria humana –esto no lo saben tanto, pero ya se lo explicaré, pues no es bueno guardarse nada bajo la faltriquera, que luego se somatiza y se sufre de contracturas y dolores varios-; en otra ocasión, por tanto, las relaciones entre “el elefante”, de corazón negro, cazador blanco y “la ballena” de Moby Dick. Sirva la fotografía del elefante de más arriba para iniciar una reflexión más amplia sobre Dios, sobre la vida y sobre la naturaleza. Por lo pronto suspendo mi blog por un periodo éste que puede ser comprendido sin más ni más a poco que se piense: hasta la vista amigos.

lunes, 28 de abril de 2008

¿Qué es ser liberal?: la vieja carraca de los obispos buscando otro son.


Vengo dando la matraca farandulera ya no sobre el viejo concepto decimonónico del liberalismo si no, más bien, sobre el adjetivo espiritual de “liberal” aplicado a las personas “individuales”. Entrecomillo estas palabras no por razones superfluas. Pero es que la empanada que se están comiendo en los diarios conservadores, en especial ABC, que, a fin de cuentas, es casi el único que merece alguna credibilidad y respeto, no se porqué – yo creo que, quizá, sea porque llevo leyéndolo, junto con el El País, desde que tenía quince años-, está siendo formidable y añadiría que pasmosa. Antes de las elecciones no había un alma, quizá excepto yo, que hablase del término; pero como se han dado de bruces con una derrota electoral andan buscando cascabeles y gatos, y, lo que es peor, que no saben si el cascabel es campanillo ni el número de patas que tiene un gato son tres o cuatro. Lo que si veo de seguro es que, cada dos por tres, el ABC se desayuna con una columna o editorial a tanto de lo liberal: te deum laudamos. La vieja carraca de los obispos buscando otro son. Sentemos las bases de una vez, al menos, para los políticos que me leen y empiecen a reflexionar, sea por una vez, de algo: Gregorio Marañón era liberal; y añado aquí un párrafo para que ustedes se den cuenta, más que nada, de como habla un señor liberal: vayan aprendiendo, señores del ABC, que creo que andan tan perdidos como muchos en sus bases. A ver si, que a mi me parece que no, este párrafo que suelta Marañón se parece en algo a los que, de aquí hace nada, salían a las calle defendiendo la familia y enarbolando la bandera de un españolismo tan rancio, foclórico de fino moldeado, como carpetovetónico. Como para que traten ahora de mantener argumento de liberal, como hace las FAES, y que no ha sido, hasta ahora, más que la inveterada actitud consuetudinaria de la Derecha española de mover los cencerros. Aquí va: “Las gentes timoratas- algunas muy respetables- que tiemblan ante la imaginaria desaparición de la familia, porque las costumbre del hogar cambian y los Gobiernos, como ahora en España, incluyen el divorcio entre sus leyes, olvidan que la columna vertebral del progreso humano está fundamentalmente vinculada a este otro progreso de la pareja sexual y, por lo tanto, de la vida familiar. Ésta perderá, sin duda –o acabará de perder- su solemne estructura patriarcal y se convertirá en algo más elástico y ligero. Pero el creer que va a anularse es tan pueril como suponer que una casa va a hundirse porque se tiren por la ventana los trastos viejos y se substituyan por otros, nuevos y simples; que, a la larga, acaban por encontrarse más cómodos. El miedo de la sociedad pacata a que desaparezca la familia y se hunda el mundo cada vez que éste da un estirón (una revolución) esa tan antiguo como la creencia de la venida del Anticristo, del fin del Universo etc. Leyendo el estudio sobre Rosseau, en los Essais critiques de Amiel, recordábamos que una de las preocupaciones del gran revolucionario del siglo XVII era, precisamente, el peligro en que, según él, se encontraba la sociedad, porque, decía, “la familia está comprometida, no existe vida doméstica verdadera, la galantería es una práctica universal y casi un honor el adulterio”. Ahora, casi dos siglos después, nuestros obispos católicos se lamentan de lo mismo y con las mismas palabras que el pensador ginebrino. Ni entonces ni ahora, ni nunca le pasará nada fundamental a la familia” (Marañón dixit 1932, en Amiel, un estudio sobre la timidez). El caso es que los obispos de 2007 siguen dándole a la pianola per seaca saecolorum:!tamborilero toque usted otro son! Pero como no andan muy convencidos tienen que buscar a columnistas que les expliquen los términos, pues ven que las izquierdas les han tumbado una vez más y algo debe pasar que no terminan de entender muy bien. Benino Pendás, profesor de Historia de las ideas Políticas, les da una clase magistral y les dice hoy en la Tercera del ABC lo siguiente: “Sí, pero no olvide usted la pregunta reiterada: ¿qué es ser liberal? Vamos con las señas de identidad. A día de hoy, significa adoptar criterios de centro-derecha, esto es, moderación sin extremismo; preferencia del orden espontáneo sobre la ineficacia estatal; confianza en los individuos libres e iguales y desprecio de la tribu y sus discursos identitarios; tolerancia y respeto hacia el adversario; buen estilo en las formas y austeridad en los contenidos; creencia en el valor moral de la libertad y el imperio de la ley; escepticismo sobre los dogmas que quieren «obligarnos a ser libres». Piense el lector si cumple estos requisitos. De lo contrario, debería reflexionar. No obstante, puede quedarse tranquilo: tampoco son liberales unos cuantos que dicen serlo. ¿Hay algún libro recomendable? Cuidado con los títulos envenenados. Dos obras bajo el rótulo «liberalismo» pueden decir con toda naturalidad cosas contradictorias. Comparen a David Boaz, recién editado por FAES, con John Gray, publicado hace mucho por Alianza. El primero es liberal de verdad; el otro utiliza en vano ese nombre prestigioso, como es frecuente por lo demás en los Estados Unidos. Allí, como saben, llaman liberales a los socialdemócratas, aunque algo conservan de su ilustre progenie: sus rivales son los comunitaristas y los nuevos republicanos. (Y ya comprenden que hablo de filósofos, y no de candidatos presidenciales). Un buen tema para que lo estudien en la fundación del PSOE y aprendan a ser coherentes.” Yo añado en sentido contrario que, mejor, lo estudien en el PP. Muy buena ha sido, por otra parte y por señalar algo, la de "piénsese el lector si cumple estos requisitos": mejor que lo piensen los de las FAES que ahí están abrazando un "liberalismo" calvinista en lo económico tan solo, pero en todo lo demás: cencerros. Esta organización está liderada, entre otros, por un señor ex-presidente, que pertenecía en su juventud a la asociación falangista de la UCM: habla de liberalismo, para lo que les interesa, pero, para nada, saca la aristocracia intelectual, el porte honorable y la distinguida actitud moral que un aunténtico liberal posee. A lo más, sale, y no crean que a hurtadillas ni nada, sino a las bravas, el baturro de turno hablando de camareros fetén y serviciales que, a él mismo, le dan mil vueltas: en lo profesional, en lo humano y, hasta, en lo liberal.No he leído el libro de David Boaz, pero estoy seguro que no llega a Marañón a la altura de las suelas y dudo mucho que este autor sea “liberal”, perteneciendo a las FAES, del mismo modo a que lo era nuestro más insigne médico humanista: Y es ya estoy cansado, aburrido y corrido de tanta incuria como abunda, de veras. Para mucho me daría el tema, pero no quiero cansar al personal. Sin embargo, mucho me temo que esto de querer abrazar la derecha el liberalismo puede ser como lo que ocurrió tras la segunda victoria electoral de Aznar: Cuando acudieron en tropel los antiguos con la enciclopedia Álvarez bajo el brazo, los nacionalcatólicos, la curia, los nostálgicos del cara al sol, y de Pepe Pinto y el Mariamanuela me escuchas que yo de vestidos no entiendo, a copar los puestos eventuales en las administraciones y en la TVE. Y sino, lean en la misma edición la columna de Juan Manuel de Prada de ese mismo día y el Matrix progre. No me extraña que el partido de Rosa Díez UPyD esté acogiendo a un buen número de disidentes liberales en un partido, creo que el único, hecha para una horma de hombres y mujeres que de hecho así se sientan: veo que mis amigos de la tertulia política ya van hilando más fino. Y es que, no se dan cuenta estos señores carpetovetónicos de la derecha, que el "liberalismo" es un cosa, que les duela o no, que traído a colación hoy en día es recalificarlo con el sufijo neo-, por corresponder a ideologías vetustas con nuevos predicamientos referidos, sin más, al tintineante pecunio cayendo en las arcas de los de siempre; sin embargo, el calificativo de "liberal" añadido a persona, se refiere, más bien, a una actitud moral extraordinaria, digna, tan solo, de unos pocos elegidos: aristócratas que lo son, simplemente, por ser mejores.

domingo, 27 de abril de 2008

Alicia detrás del espejo ¿Relato de un perturbado?


Disculpen ustedes este largo prólogo expuesto antes del fondo, sobre Alicia, que voy a exponer: Creo que, hasta la fecha, voy dejando claras muestras de cuales son mis intereses y aficiones habituales; entre ellas, claro está, se encuentra el Cine, la filosofía, los aspectos morales de la política, las artes, como reflejo y búsqueda de lo poliédrico e inexcrutable que el ser humano es, o, entre otras materias más, la historia. Sin embargo, hasta la fecha, no he hablado de otra afición interesante recientemente descubierta: El teatro. Es el teatro, en especial a partir del siglo XIX, un entretenimiento, digámoslo de verdad, muy burgués; por ello, quizá, quedó relegado antaño y ligado a una minoría selecta que acudía a opulentas salas de estilos neoclásicos y, hasta diría, de lujo rococó - eso no quiere decir, por supuesto, que me refiera a las obras clásicas griegas o el teatro barroco del XVI -; sino, más bien, que era adecuado acudir de galas, sombrero de copa, capa para los hombres y pieles para las señoras y en calesa lucida a los teatros decimonónicos. Hoy en día no es muy habitual acudir al mismo, y, desde el inicio del cinematógrafo, para las clases obreras les era más sencillo y comprensible el lenguaje de las imágenes. Si es cierto que en pequeñas ciudades de provincias, en realidad como centros burgueses que son – como contrapuestos al campo – las salas de Teatro siguen siendo una de las actividades culturales más importante. No señalo esto de burgués con ningún ánimo despreciativo, ni mucho menos, pues, a fin de cuentas, no es mala vida la de un burgués: lo que persigue éste es llevar una vida confortable y eso no es, en sí mismo, mala opción vital. De hecho, yo considero que no hay mejor vida que la burguesa y, dentro de ella, liberal: cual es, sino, el mejor modo que poder dedicarse en las horas ociosas del día a la vida contemplativa, subrayado con el aire de libertad que las ciudades medianas exhalan, para buscar la verdad de mejor modo. En eso, como en otras cosas, se equivocaban los marxistas. No en vano la vida especulativa, o teorética -theoría- nace del otium que es, en contraposición, el tiempo libre que no ocupa el nec-otium. Hecho este introito, quizá más largo de la cuenta, diré que el domingo acudí a un pase infantil muy interesante en el que se representaba una versión teatral, hecha para niños, del mítico libro de Lewis Caroll, Alicia a través del espejo, cuya puesta en escena estaba a cargo de Jaroslaw Bielski. Salvo por algún defecto de sonido, achacable a la sala, he de reconocer que la escenografía y vestuario, a cargo de Agatha Ruiz de la Prada, me han parecido excelentes. La revisión del clásico, algo olvidado ya en mis anaqueles, me ha producido un agradable placer sensorial a ojos y oídos y, a la vez, me ha permitido reflexionar sobre Alicia y este relato aparentemente infantil y ya mítico. Por lo pronto, la adaptación de Bielski la he encontrado edulcorada, aunque bien es cierto, que este tenía como pretensión dirigirse a un público infantil, y que, para nada, entra de lleno en el que, a mi parecer, era el espíritu de Caroll. Sobre esto no tengo nada que decir, pues yo soy de la opinión de que las adaptaciones, más bien y muy rara vez, han de buscar el espíritu primigenio, sino el novedoso que el director quiera darle a la escenificación. La obra de Lewis Carroll has sido sometido a múltiples estudios psicoanalíticos, los cuales yo, por ahora, desconozco, sin embargo, viendo esta mañana la obra teatral noté, luminosamente, algo oscuro en Alicia a través del espejo: algo me descuadró subitáneamente. Busco en la biografía de Caroll y no dejo de encontrar en ella puntos controvertidos. Como digo la adaptación teatral a la que asistí, trataba de Alicia experimentando un camino simbólico desde el paso de la infancia a la adolescencia: tiene que desprenderse de la infancia y entrar en un mundo que empieza a formar parte de sus deseos. Sin embargo, la obra de Carroll no me parece eso: me parece más bien, todo lo contrario la visión de un hombre maduro que añora la infancia y que, quizá, trata denodadamente por no salir de ella, o de volver, o de, quizá, el mundo interno de un hombre que se aferra a una niñez ya incomprensible para él: por ello hay algo de perturbado en ello, de irracional. No me extraña que este libro fuera cabecera de los surrealistas: a las claras denota los caracteres del amour fou. De hecho yo creo que es, a las claras, una obra casi surrealista. Y no digo surrealista por un solo motivo: hoy he llegado a pensar, y no se lo tomen a mal los carrollistas si es que los hay, es que en este señor había algo turbio. Las acusaciones de pederastia que, de un modo u otro, se han tratado de velar, no del todo, no dejan de encontrar argumentos favorables en la biografía de Lewis Carroll y una posible historia Clínica, como la que Marañón hizo de Amiel se hace pertinaz. Digo esto porque viendo esta mañana la representación teatral de Alicia a través del espejo descubrí un interesante cuento sobre el paso de un estadio evolutivo. Sin embargo, viajé a mi niñez mentalmente, y descubrí que yo siendo niño y para mí el cuento de Alicia en el país de las maravillas me pareció aterrador: era, de verdad, uno de los pocos cuentos o historias que me causaban miedo ¿No les pasaba a ustedes lo mismo? Opino que no es éste, para nada, un cuento infantil. El mundo fantasioso de un niño, para el cual la realidad toda es un misterio, no es irracional, como bien saben los psicólogos evolutivos. El mundo de Alicia, en cambio, si lo es: por eso, por su irracionalidad adulta, los niños sufren terror con esa historia. Solo una mente atormentada, incapaz de sobreponerse a lo que en su fuero interno es un irracional paso de estadio evolutivo, hubiera sido capaz de escribir un cuento infantil terrorífico de veras. Porque, repito, Alicia en el país de las maravillas es el mundo interno de un ser depravado: precisamente en eso consiste el surrealismo y, cinematográficamente, en cierta medida, el expresionismo. Que Lewis Carroll se sintiese turbado por la verdadera Alicia, niña para quien escribió el cuento, es un misterio que, quizá, no se desvelará nunca. Su actividad como fotógrafo de niñas y las muestras de destrucción intencionada de muchas de ellas son otros indicios plausibles.

Sonata de Otoño, Climenestra y Electra


Sé claramente que es lo que me gusta del cine de Bergman: ello no quiere decir que, cada vez que revisito alguna película suya, ésta me vuelve a dejar estupefacto y, hasta diría, tumefacto: carne momia, arrasado, descompuesto, desconsolado, circunspecto y roto. Si no quieren llegar a tener esa sensación para después de ver una película, se lo aconsejo, no vean a Bergman: descárguense la última americanada y así en paz y, después, gloria. Habrán pasado un rato entretenido, a lo más, e insustancial, como seguro. Eso no ocurre con el cine de Bergman: prepárense para vivir el verdadero terror cinematográfico, el de las relaciones humanas desnudas: el develamiento del interior humano, la conflictiva psique de lo que el ser humano es: el propio infierno vital. No me extraña que Max Von Sydow dijera sobre Bergman que éste era una de los intelectuales del siglo XX que más sabían sobre el ser humano: eso es cierto, por lo menos para mí. En fin, que ayer volví a ver una de esas películas de Bergman, titulada Sonata de Otoño; dice Jose Antonio Navarro, interesante crítico cinematográfico que: “todo en el largometraje es perfecto formal y dramáticamente, pero en absoluto genial, vivo”. De ello yo discrepo enérgicamente, ¡protesto!. Voy a asegurar una barrabasada, aunque yo creo que con razón: la mejor película del noventa y nueve por ciento de los directores actuales vivos queda a años luz de esta Sonata de Otoño. Ya se que no soy objetivo: a mi el cine de Bergman me subyuga. Por lo pronto, y yo creo que a cualquiera que busque es su psique le puede pasar lo mismo, no es difícil encontrar en su cine las propias heridas que le horadan: como ese instrumento, no se como se llama ahora, que es como una manivela y que en su punta, como las roscas de un tornillo, se clavan en la carne propia. Lo curioso del asunto, de las relaciones humanas casi todas, las que analiza Bergman, es que esa herramienta lacerante suele ser movida por alguien. Esto viene a concluir algo, para mí, esencial en el cine de Bergman: quien causa el daño psicológico último, el causante, no es solo el propio, uno mismo, sino que, habitualmente, es una mano prensil la que mueve, unas veces punto a punto, otras efusivamente, la manivela. Es el daño que se causan, impunemente, las personas; u muchas veces, las más, las del propio ámbito: las familiares. En “secretos de matrimonio” el director sueco ahonda el bisturí en las relaciones de pareja: de acuerdo. Pero yo encuentro que el escarpelo bergmaniano ahonda en las heridas más dolorosas, más cercanas, más intima, si ustedes quieren, las de la propia sangre. Tres son, para mí, en especial las películas tales: El silencio, Gritos y Susurros y Sonata de Otoño. No voy a entrar en la brutal “Gritos y Susurros”, donde dos hermanas que se odian a más no poder cuidan a otra moribunda; y, al final, esta última tiene como explicación de la felicidad un balancín en el bosque otoñal donde se mecen las tres hermana, balanceadas por una cuarta persona, llamada bondad y desinterés. Bergman nos deja claro después de todo, donde se encuentra la clave de tan brutal conflicto fraticida: en Climenestra, en la madre y en el juego, real o imaginado por las propias hermanas, que esta juega. En “el silencio” vemos el efecto aterrador ya en ausencia total de Climenestra: Bergman nos muestra la incomunicación entre unas hermanas que viajan a un extraño país sumido en una guerra física, que es el infierno psíquico interior que desemboca en la humanidad toda y su nihilismo aterrador. El silencio no es solamente el de Dios y que tanto aterraba a Bergman: el silencio es, además, al que los humanos, entre sí, se someten lacerándose psíquicamente. Yo puedo ver, creo que quizá por heridas propias que no vienen a cuento, la continuidad entre estas tres películas que refiero. En Sonata de Otoño el conflicto entre Climenestra y su hija estalla por completo. En este caso las hermanas han desaparecido, pero sin embargo, el enfrentamiento desconsolado es, simplemente, brutal, descorazonador, sin esperanza. Es muy natural que, para muchos, el cine de Bergman sea insufrible, aunque para mí sea formalmente prodigioso, como dijo Unamuno al tanto de su Abel Sánchez: “las gentes huyen de la tragedia cuanto ésta es intima”. Y es que, las Climenestras llegan a ser atroces, pues se dedican a mover, posiblemente de una manera involuntaria -y no se de que modo moralmente reprobable-, de una manera realmente dañina la manivela que horada el cuerpo royendo la parte más débil de la "persona": su equilibiro afectivo y emocional. Y es un circulo repetido, circular y eterno que los griegos estudiaron de modo mayestático: Es la tragedia de Electra.

sábado, 26 de abril de 2008

Miscelánea escrita por un buscador fluvial


Voy a decir sobre mí algo que hasta la fecha nunca había dicho: soy un buscador fluvial. No voy a ocultar a nadie que he recorrido sendas fluviales de belleza inusitada. Desde sabios ríos fronteros, hasta las cristalinas aguas del Xerete. No sin más aprendí a nadar, e hice mi bautizo en la vida, en muchos sentidos, en las aguas luminosas de fondos transparentes; como también, he de decir, que luengas caminatas he hecho sobre arcillosa ribera de lento, oscuro y profundo río de peligrosos torbellinos. Conocedor soy, y bastante por cierto - más que nada por ser yo un andador nato y por pillarme, como quien dice, a tiro de piedra-, de aquella cuesta del Zulema que dista poco de la gran Compluto. Lugar en el que, como refiere Cervantes, por boca del señor cura, se encuentra encantado el moro Muzaraque que cabalgaba en cebra o alfana. Aquel río, frontera de cultura, y de sabio recorrido por humanistas ciudades fue por mi pateado en mi niñez y, en alguna ocasión, como diablura hube de subir al Zulema por donde el polvorín militar se encuentra, cruzando el puente nuevo y divisando los pilares que, posiblemente, fueron derruidos con ocasión de los zambombazos que “El Empecinado” expelía contra en invasor que profanó nuestros templos, vituperó nuestros cálices, destruyó tumbas magníficas y ocupó nuestras sagradas plazas. Buscador de río soy, como he dicho; y en las riberas donde los enamoradizos Elicio y Erastro sometían a desdenes a una hermosísima pastora Galatea y a otras ninfas preciosas yo salté a la comba. Cuenta Borges en su relato El inmortal que en el último volumen, de los seis que existen, en cuarto menor de la Ilíada de Pope, se halló un manuscrito del que, al parecer, el tribuno Marco Flamino Rufo, aventurero fluvial se embarcó en la búsqueda inusitada de los vericuetos sombríos del alma humana: Otro es el río que persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Ríos famosos hay muchos: ríos metafóricos también; otro, sin duda celebérrimo, es el río congoleño que recorre el viejo marinero Marlow en busca de Kurtz en el corazón de las tinieblas. Francis Ford Copolla, el director de cine, ahondó en las simas profundas, oscuras, negrísimas del corazón humano y encontró “el horror”: no hay nada más terrorífico. Por ello, digo, soy un buscador fluvial: un buscador que precisa de aguas cristalinas: las aguas del Jerte; río Xerit. Río angosto, río claro: como angostas son las simas espirituales que nos atenazan a los simples mortales: su claridad desentumece frente a las frondas turbias y profundas de ríos industriales. Esos ríos de “desierto rojo”: ríos deshumanizados y desconsolados que nos pintó Antonioni. En otros ríos claros me bañe vestido en claras noches de estrellada visión, aunque más que nada por turbios elixires que me hicieron temerario o loco: sonoro resfriado pillé. Pero sí, es cierto, soy un buscador fluvial. He visto el horror y la podredumbre moral: necesito un río de aguas cristalinas, diáfano y luminoso.

viernes, 25 de abril de 2008

All about Espe (Todo sobre Espe)



He de reconocer que Esperanza Aguirre es una gran actriz. Como es obvio, su interpretación más conocida y famosa ha sido la de Eva Harrigton, claro está, interpretado en el mundillo de la política: Se acuerdan ustedes de la cara de corderillo desangelado que ponía cuando los intrépidos reporteros del Caiga quien caiga la sacaban a las pantallas domingueras de después de misa. Igual, igual que cuando Eva, al desnudo, acudía a los camerinos de la gran Margo Channing en la famosa película all about Eve de Manckievicz. Fíjense, que ocurrencia, pensando sobre ello se me ha ocurrido una escena para el Guiñol: La vicepresidenta de la Vega haría de Margo en su camerino y, por supuesto, Eva, Eva, la gran Eva, sería Esperanza Aguirre. Extraordinaria película, de veras, ¡Vaya guión! Como la vida misma. Es sin duda una de las maneras que una mujer puede tener para ocupar el estrellato: sólo que, a mí, no me gusta: has estado muy bien, Eva, pero yo no me preocuparía tanto del corazón: siempre puedes poner ese trofeo en su lugar. La sinopsis de la historia es muy sencilla: Una perdedora apasionada por el mundo de la política asciende mediante la manipulación y el juego sucio, hasta conseguir su objetivo. Y arrampla con todo lo que se pone a su paso: extraordinarios políticos, como Gallardón, y buenas personas, como Rajoy. De todas formas: ¿De qué otra manera podía ser en un partido donde sus demiurgos son encopetados señores de la COPE, los Lyonel Barrymore de las finanzas y, por último, los senadores McCarthystas que dirigían la TVE? Ya lo digo yo: de ninguna manera. Así que esta señora se merece un reconocimiento. La idolatría y la ambición ocupan el centro de gravedad de Eva, como he leído, en torno al cual giran los sentimientos, la necesidad de ver reconocidos los méritos y de compensar la debilidad con el amor del público. Qué necesidad tiene Esperanza de ser amada: a pesar de formar parte de un juego sin otra regla que la de manipular al prójimo con la finalidad de alcanzar el estrellato o de mantenerse en una posición influyente. Aunque, claro está, a mí me gusta más ver a una ministra embarazada arengando a las tropas y mandando sobre rancios generales Gravinas, Cosmes Churrucas o Alcalás Galianos: valientes marineros de nuestra armada Invencible que fueron desarbolados, desmantelados, apresados y hundidos en el Desastre. Algo habitual, por cierto, de nuestra derecha ¿Cerril? secular: aquella que inyectaba soflamas en los estólidos periódicos del momento, el contraposición a los otros patrioteros del mismo tono propiedad de William Raldolf Hearst, con el objeto de hacernos a la mar en nuestras nueces de madera rumbo a Cuba.

Pero bueno, eso es otro tema, el de hoy es el de Eva-Esperanza. Esta señora, ¿Liberal?, que firma acuerdos maquiavélicos con Monseñor Rouco (el poder de las Ondas valetudinarias en las tiendas tradicionales, que aún quedan, de Pontejos). Acuerdo suscrito en la Comunidad de Madrid, por lo pronto, del que discrepo enérgicamente. Ven ustedes los que les vengo diciendo sobre las teocracias: pues, sí, estos señores jerarcas purpurados quieren colocar digitalmente hasta sus sacerdotes en los comités éticos de los Hospitales. ¡Macarena! Y porqué me opongo a ello: lo expreso sucintamente porque necesitaría más espacio, pues, entre otras miles de cosas, porque estos señores sacerdotes no están preparados para debatir o aconsejar sobre materias de la vida: por lo menos así lo veo yo. Su formación no es la adecuada para debatir temas éticos: pues estos señores no saben de vida de la misa a la media. Por lo pronto, su formación escolar se hizo en seminarios donde, sobre todo, faltaba la mitad – y para mi más bello elemento- de la vida: Las Evas, no solo las Esperanzas Aguirres, sino las Carmen Chacón y otras muchas y admirables mujeres les faltaron como compaeñras de pupitre: Esas que, como les han inoculado, nos hicieron, gracias a Dios, morder de la manzana de la Ciencia del árbol del bien y del mal. La verdad es ques estos señores de la Derecha no tienen término medio, o le gustan las Mamma Chicho, como a Berlusconi, - luego eligen las tipo Esperanza Aguirre como esposas-, o las deploran del todo. Cásense ustedes, señores curas, (que les diría Erasmo) y tengan prole: así sabrán más sobre la vida y dejen a los especialistas y sabios auténticos, los filósofos, que debatan sobre las materias éticas. Y es que, repito, un sacerdote, además de saber poco sobre la vida, su formación a rasgos generales es ínfima y sesgada (eso, es cierto, no quiere decir que haya sabios entre ellos, que sin duda que los hay: pero estos han de ser llamados a los comités éticos no por nombramiento del jerarca de turno, sino por su reputada y demostrada sabiduría reconocida por la sociedad toda). En fín, Graduados en Sigüenza, que es como quien dice en la Universidad con menos nivel de nuestra España humanista. Los contenidos teóricos que se imparten se han quedado, como poco, en San Agustín, y a lo más, en Santo Tomás: vamos que Scoto y los nominalistas ya son demasiado moderno para ellos. Eso, en cuanto a su asignatura principal, la Teología, porque el resto de contenido curricular son: las oraciones y las letanías; filosofía y letras también estudian, sí, pero no lo suficiente: Mantengo que solo los profesionales de las Ciencias que han reflexionado sobra la deontología y los filósofos pueden estar en comités éticos: los sacerdotes no. No están preparados para ello. Vean ustedes sus contenidos formativos: 4 años de Teología: Biblia, fundamentos de la fe, Dios, Jesucristo, la Iglesia, el hombre, los Sacramentos, la Moral cristiana, la Espiritualidad, Hª de la Iglesia, Liturgia, Derecho Canónico, Pastoral, Catequesis, etc. : me alegro que Zubiri –filósofo por el cual llegué a Ortega- se casase. Preparados están, eso sí, pero no para debatir sobre cuestiones éticas para el común de la humanidad, pues les faltan otras materias más imprescindibles para debatir sobre cuestiones morales pero, sobre todo, otras experiencias vitales humanas más amplias que las homófobas de los seminarios. Están preparados, más bien, para colocar los cencerros que más abajo dibujé a los que se dicen liberales. Con perdón si molesto, pero a estos señores les falta algo esencial para la vida: les faltan las EVAS; Esperanza Aguirre es un ejemplo de EVA, sí, pero hay más, muchas más: ¡Y lo que se pierden es morrocotudo! Así que no me hablen ustedes de ética.

jueves, 24 de abril de 2008

"Los comulgantes" y "la Verguenza": al tanto del cine de Ingmar Bergman



La busqueda de la Verdad usando la imágen cinematografica:

Se que para algunos de los que me leen la política no es una de sus principales preocupaciones; antes al contrario, yo creo, como muchos, que la vida pública no está referida solo a esa politización tan infecunda promovida por los medios de comunicación, precipitándose en la novísima pantalla plana. No: para muchos no deja de ser hasta un run-run molesto en las sobremesas. Por ello, trato de hablar de cine, pues para muy buenos amigos míos esta si que es una materia interesante. Por eso, hoy, voy a hablar de cine, de filosofía y de Ingmar Bergman. Me es muy difícil hacer una presentación adecuada del que, para mí, es esa máscara llamada Ingmar Bergman. Si, de veras, existe un cine intelectual este es el del director nacido en Upsala; aunque, es cierto, debemos reconocerlo, su cine no es miel que puedan todos degustar. Si es posible afirmar, en cambio, que, a poco que se muestre un mínimo de interés mayor por las preguntas que por las respuestas, puede sorprender a algún desprevenido y que, éste, sea atrapado “dentro del campo” Bergmaniano, como es mi caso. Te doy la enhorabuena si así lo consigues: has entrado en el círculo de la filosofía moderna. Y es que, para mí como para muchos otros, Bergman es, más que un director de cine, un pensador profundo; podría, además, decir que este es uno de los pensadores más interesantes del siglo XX. Por qué digo esto: pues porque Bergman usa un lenguaje nuevo para hablarnos del mundo, de la realidad y del hombre: el lenguaje del cine. Todos los filósofos importantes del XX se valieron del viejo instrumental del discurso verbal, desde Husserl, Ortega, Sastre o Heidegger; pero en especial con los estudios de “filosofía del lenguaje”, con Wittgenstein a la cabeza, se valieron del discurso milenario de la escritura, de la elucubración, del, digámoslo de una vez, de escribir a la luz de la vela en las noches: el lenguaje escrito como forma para emitir el pensamiento. Sin embargo, el director sueco se valió de un artilugio moderno para entonar su discurso: la “linterna mágica”, el cinematógrafo. Además de una nueva “forma” para dar cauce al pensamiento, la del creador de imágenes, utilizó, añadiéndole nuevos contenidos, el inveterado “arte” como el instrumento para reflexionar sobre la Verdad. Bergman es mucho Bergman: mucha tela marinera; su obra, compleja, es muy difícil de analizar aquí, en este espacio. A lo más podemos interesarnos por él, para, en el futuro, ir manoseando su filmografía. Ya he recibido llamadas de amigos que gustarían de ir a un café para hablar de Bergman: nada me agradaría más que ello. Descubrir a Bergman es como ir, un día, paseando por los anaqueles de una biblioteca o por los puestos instalados con ocasión de la feria del libro y, distraído, coger o comprar alguno a la buena suerte. Y, de pronto, quedar atrapado en su seno. Esa, yo creo que no hay otra, es la manera de estudiar: quedar atrapado en un autor. Entrelazado en él como esas plantas cuyos troncos van haciendo soga: unir una mente con la de otra. Si eso se consigue la percepción de la realidad se hace más amplia: ya no ves sólo con un par de ojos, sino que las miradas se multiplican, se fragmentan y, entonces, se acerca uno a esa Verdad que es más búsqueda que encuentro. En el cine de Bergman, el cual es muy difícil, como digo, sintetizar aquí, hay algo de mistérico, de terrorífico, de atroz, de desasosegante, de brutal: de infernal. Veamos, síganme, entrelácense conmigo: No es, tan solo, la reflexión teológica, heredera del pensamiento religioso oscuro y atroz de los fríos del septentrión y la vara flexible del sacerdote luterano a las posaderas, sino de reflexión sobre este mundo, el de aquí, el de las relaciones humanas destructivas: esa es, quizá, “la angustia” Bergmaniana y su azoramiento. Recientemente Benedicto XVI ha vuelto a situarnos el infierno como un lugar físico. Bergman, sin ese afán de infalibilidad, también nos situaba el infierno en un lugar físico: este mundo. No son, quizá, ni “los Comulgantes” ni la “Vergüenza” las dos obras maestras por las que yo recomendaría iniciarse en este universo fecundo, si no otras como “Fanny y Alexander” o la prototípica “el séptimo sello”; pero si creo conveniente hablar de ellas ahora. En la primera, los comulgantes, se habla de la pérdida de la fe en Dios, a través de un sacerdote Unamuniano, si ustedes me lo permiten expresarlo así. En la segunda nos habla del infierno de este mundo: en la Guerra. La cámara se vuelve fría, contemplativa de un horror, en una falsa sugestión de objetividad: detrás de ella hay alguien que mira, que contempla fríamente el horror infernal al que los hombres, la humanidad, puede llegar. Stanley Kubrick hizo algo similar en la “chaqueta metálica”. Esa cámara hiperobjetiva es Dios; un Dios que ha dejado al libre albedrío a los humanos y siente Vergüenza ante lo que ve por el visor de su cámara. Dios es el demiurgo, el creador, sin embargo, solo mira, es el ojo de una cámara, que no interviene. De aquí viene la pregunta, si Dios mira, pero no interviene, e intuimos que siente Vergüenza, en el caso de existir, por lo que ve, ¿Podemos juzgar su moralidad? Amigos míos: hablemos de cine en las tardes plúmbeas de los oscuros fríos. ¿Quedamos?

miércoles, 23 de abril de 2008

Empanada liberal: perdón por un cariñoso denuesto


Como andan las cosas por el partido de la Derecha: ya he venido yo repitiéndolo como un Robinson Buñuelesco: llamaba a Dios, le buscaba por los descampados y los áridos recovecos y, tan solo, me encontraba con el eco reverberante repetido que chocaba contra las lomas fronteras. Les llevo diciendo yo a mis amigos de tertulia política (me meto en cada berenjenal), hablándoles de liberalismo y de “liberal” desde hace ya algunos meses, y va, y resulta, que ahora aparece por los periódicos estólidos de hoy en día, léase ABC. Periódico que hace unos meses era una maravilla leerle, y que, ahora, cuando ha vuelto para con el Concilio, se andan haciendo banderas con el viejo y vetusto “liberalismo”: hasta hace poco las banderas que se sacaban eran, tan solo, las salmantinas y ¡Olé!: no tenían más chicha. Y, ahora, repito, al leer a los columnistas y comentadores varios de nuestros periódicos más suculentos, se está dando la matraca al concepto; hasta se habla de Don Gregorio Marañón: Hombre, ¡por fin! Hasta las editoriales de hoy de aquél periódico que Eduardo Dato trató de dar ventaja en una liberal “intervención” estatal para perjudicar a el Imparcial o a el Liberal, dirigido por el suegro de Marañón, pero en especial al añorado diario el Sol; editoriales de aquél periódico, repito, que hoy el día anda con el run-run del liberalismo como si hubieran despertado de un sueño, no si sé si dogmático, pero rancio, un rato largo. Leía yo hace unos meses durante la campaña electoral los editoriales de estos periódicos y, la verdad, eran para mear y no echar gota - creo que un análisis más profundo ya le he hecho en artículo cercano a éste- sobre la clara postura inequívoca sobre la Derecha y el contenido inamovible de su postura secular invariable. Sin embargo, agradezcámoslo, ahora nos situamos en la empanada liberal: acabásemos. La empanada es gorda: los dirigentes populares, como he leído, se reparten entre “el liberalismo social” y “la socialdemocracia liberal”, mientras algunos otros dirigentes locales, hombres a quienes admiro, no saben por donde se andan, más perdidos, con respeto, que un zapato bajo la cama, haciendo chistes entre carlistas y liberales. Se armó la empanada: lo predije ¿Verdad?. Pues sí: Gregorio Marañón era liberal, como liberal era Ortega y Gasset; no así Unamuno, que en su juventud abrazó el socialismo para después agarrarse a la reflexión teológica existencial, tras leer a Spencer, y que casi podríamos decir que él abrió como nueva senda en el ensayo filosófico español, así como su postura casticista; postura que le valió un enconado debate con Gassett, aunque esto es otro tema más interesante. En fin, eso es lo de menos, como digo: liberales luminosos son esos dos primores de las Ciencias y las Letras que yo he referido más arriba: Marañón y Ortega. Sin embargo, señores que me leen, en una carta que remitió Marañón a Unamuno le espetó, sin más ni más, el largo peligro que corrían los tiempos venideros porque sonaban los cencerros de la “Derecha cerril”. Sí, sí, como lo oyen, Marañón, ese encumbrado Liberal y admirado, huelga decir, por mí (estoy leyendo un ensayo de Marañón sobre Don Juan en estos precisos momentos), decía, a sí, a las claras, lo repito porque me causa placer: “Derecha cerril”, cencerreante, tolón, tolón. Vamos que no soy yo: que conste. Y es que, ahora, repito una vez más, tratan de sacar la bandera del liberalismo tal y como yo les llevaba señalando hace mucho, cuando ellos lanzaban el sombrero de Rafael Farina, las banderas salmantinas pisoteadas en las aguas encharcadas tras el éxtasis de la bandolera, y, siguiendo con los Toros, el “Salamanca tierra mía”. No se lo tomen a insulto, de veras, es más bien un tironcillo de orejas cariñoso: como si sacara mi mano de la membrana endoplasmatica de mi PC –no crean que me copio de Ortega, es que me viene como anillo al dedo – para darles un sonado, pero cariñoso, cachete. Vamos, vamos: lea usted un poco más. Es cierto que algunas veces me puedo mostrar iracundo con mi verbo y me enciendo como una tea ante personas que no se lo merecen; y es cierto, también, pueden ser muchos los denuestos que se pueden lanzar cuando, en verdad, son verdades como roscas y que a muchos les causa zozobra y cara de pocos amigos para cuando me ven: pero es que, amigos míos –si lo quieren ser- que me lean, lo de “derecha cerril” no lo he dicho yo sino más altos señores. Es cierto que no todos son así y que ustedes, precisamente, no son de ese lugar de donde suenan los cencerros, por eso no se den por aludidos: no en vano, se está poniendo en el horno microondas la “empanada liberal”, que con orgullo digo que yo predije hace más de un lustro.


Releyendo a Marañón

http://www.abc.es/20080423/opinion-firmas/releyendo-maranon_200804230248.html

vuelve la burra al centro:

http://www.abc.es/20080423/opinion-firmas/vuelve-burra-centro_200804230248.html

El liberalismo no es pecado:
http://www.abc.es/20080423/opinion-editorial/liberalismo-pecado_200804230248.html



martes, 22 de abril de 2008

El cine de Eastwood: mirar la vida con ojos humanos


Con el cine de Clint Eastwood tengo contraído una deuda muy especial, emocional diría. Me es muy difícil quedar reflejado aquí, en el espacio habitual en que suelo escribir mis artículos, los elementos del porqué las películas de este director me tocan la fibra. Sé que hay muchos directores más… como lo diría ¿Complejos? ¿Profundos? ¿Intelectuales? No sé: ahí están los Bergman, los Dreyer, los Ozu y algunos muchos otros que se encuentran en mi lista; sin embargo, ¿Qué es lo que tiene el cine de este señor que me llena tanto? Realmente, sí, se lo que es, pero no voy a desvelarlo por ahora… con paciencia llegaremos, si ustedes me quieren acompañar, a esas riberas sombrías que acompañan los páramos de sus arrugas: las de Eastwood, me refiero. Por lo pronto empecemos por lo emocional; y lo emocional es que desde chico tengo yo el silbido del Dólar incrustado en mi consciente, en mi subconsciente y en no se que parte más del Ello, del Yo y del Superyó. Creo que debía andar metido en el seno materno y los látigos, martillos, silbidos y galopes de Morricone ya eran escuchados por mí en sonido HI-Fi, que era por el que entonces mandaba, junto con el disco de los Eagles, de los Status Quo, Santana, Manolo Escobar y de los nuestros representantes de Eurovisión, cuando España era, por entonces, como una república báltica. En fin, que aquellas películas de Leone eran, por entonces, el orgullo patrio almeriense en España: y, claro, yo por entonces pensaba que las películas las hacían los actores principales y no los directores; bien recuerdo el lugar, y los cines, donde vi la alguna de la Trilogía del Dólar; como recuerdo que fue en la plaza de un pueblo valxeritense donde vi “la fuga de Alcatraz” en un sonado día que a un familiar mío le tocó el jamón que sorteaban los titiriteros que montaron la lona blanca, la cámara de luces mágicas y la gastada cinta rodante. Años después seguí creciendo y ese señor seguía allí haciendo de policía caza-delicuentes, armado con un pistolón: un vaquero urbano entre los cristales y el asfalto. Hasta aquí, de un modo sucinto, llegó lo emocional. Luego vino lo reflexivo: cuando me hice hombre. Sí, ya sé, suena, no sé, como si siempre hubiera sido niño: ser niño, para mí, era el cine donde aparecía Clint Eastwood; sin embargo, ser hombre, en mí, es más parecido al cine donde dirige Clint Eastwood. La maldita suerte de esa mal hadada y vil invención del doblaje impuesta por los censores no ha permitido a muchos descubrir la verdadera voz tranquila de Eastwood. Descubrir su voz es como descubrir su cine: cine que no todos conocen como no conocen su voz. El cine de Eastwood es sabio, el cine de Eastwood es sencillo, el cine de Eastwood es humano y, formalmente, es un prodigio narrativo: pero hay que descubrirlo en su esencia, la cual se me hace muy difícil desvelar aquí; pero como sé que hay algún aficionado al cine que me lee, tomen nota: Descúbranle y levanto el velo: escena por escena, películas pausadas en su conjunto e intensas fotograma a fotograma. Esa es su fórmula: Puesta en escena, “mise en scéne”, que llamaban los cahieristas, tensión dramática, eso: sencillamente eso y nada más que eso. Fíjense en la iluminación lateral del plano y los rostros oscuros a media mitad, o rostros rodeados de oscuridad: si se fijan no verán, sólo, personajes Estwodianos: verán seres humanos, con sus claros, con sus oscuros. Y descubran su esencia donde se encuentra: en su Cine. Éste comenzó con una aparente película menor, llamada “Bronco Billy”, donde un limpiabotas de Nueva York decidió volver a ser un niño, convirtiéndose en un cowboy de fantasía para recorrer con una trouppe de humanos y perdidos personajes los caminos devastados de la vida; continúo, y aquí me embalo, con ese magistral cantante country tuberculoso por los desesperadas vías de la América profunda y la depresión humana en post de un sueño: la dignidad humana; como esa peculiar banda que se reúne junto a Josey Welles, un Western pacifista. Después llegamos a la apoteosis: "Bird" y una carreta de obras maestras como un piano ¿Pero este señor escuálido, quijotesco, pistoleril y violento que siendo niño vivió la pobreza en sus carnes además, es sabio? Pues sí lo es. Y no necesitó más escuela que la de ver la vida con un tipo de mirada del que solemos adolecer: mirar la vida con ojos humanos

lunes, 21 de abril de 2008

Sartenazos, pobres Valbuenas y madres San Sulpicio


Muchos me diréis que porqué este blog, que lleva por título ética y filosofía, habla de política: que me encierre, argüiréis, a la reflexión teórica o contemplativa de la “idea del bien” y que cierre el pico en los asuntos donde los que suelen hablar son los más politizados. Aunque en esto último, en que cierre el pico, lo llevan claro. No está demás decir que desde hace ya algún siglo la ética, como la filosofía y la política se encuentran en el mismo saco: la razón práctica: por ello, hablar de política es una labor también del filósofo, por más que haya quedado encerrada esta disciplina en las penumbras del lugar que no es suyo totalmente: las aulas universitarias. El lugar de la filosofía y la ética se encuentra en las calles, en los foros y en la arena política también. Aquellos que eran llamados así (sophós) tenían una virtualidad: solían ser viajeros de paso que se asentaban en alguna polis populosa: no participaban en la vida política, pero sin embargo eran escuchados. Más que nada, porque su postura “cosmopolita” hacía que su mirada sobre las cosas se elevara desde cotas más altas que los propios oriundos del lugar acertaban a ver: así ha sido siempre. En fin, no era de esto de lo que iba a hablar, sino de otra cosa, aunque creía necesario justificar el porqué del sobre titulo. Iba a hablar de la tundra que se está metiendo en el Partido Popular y que, aquellos que me han leído con anterioridad, saben que estaba predicho. En más de una ocasión he referido el “todo revuelto” que se encontraban en dicho partido: por fin está apareciendo. Sólo que ha hecho falta que perdieran “dos” elecciones para que se dieran cuenta de ello o, a menos, lo pusieran de manifiesto. Voy a reconocer que el discurso de Rajoy en Elche no ha tenido desperdicio, y es una clara muestra de lo que se está cociendo en el partido. Durante la pasada legislatura sus huestes no eran capaces de alcanzar a ver lo que ocurría, y no les quiero llamar sandios –no sea que alguien se lo tome a mal-; y no veían, o no querían ver, ciegos, porque deseaban volver las ollas de Egipto, que si fueron regalonas, fue más porque no acertaban a mirarse el ombligo, felices y contentos, y se dedicaron poco a elucubrar sobre la moralidad de sus acciones y sí a ver vigas en ojos ajenos. En fin, que por fin se han descubierto el manto, y no se ven más que vergüenzas. He de respetar en todo momento a un partido como el Popular; eso sí, de ahí a no decirles lo que pienso va un largo trecho. Desde hace mucho tiempo vengo señalando, unos 7 años quizá –vamos que esto no es una reflexión nueva en mí y si compartida por otros como yo- la doble moral que en su seno advertía: por un lado, las tesis Calvinistas en lo económico y, por otro, las tesis ultraortodoxas de la jerarquía Católica. Así Esperanza Aguirre va de Margaret Thacher, de “liberal”, y en cambio nos trató de meter una norma educativa aprobada por el Concilio de Trentro Católica: esto es, que ni siquiera ella misma, en su fuero interno, se aclara cual es su tendencia ideológica. Y es que esas tesis, señoras y señores, casan mal. El viejo partido liberal Canovista se funde con el partido Conservador; de ahí salen un “totum revolutum” de ideas (liberales también los hay en el PSOE, por cierto); a su vez en el Partido Popular se le añaden los chabacanos, con perdón, y aquellos que no tienen más idea política de España y sobre España que la que colocan en un llavero: vamos, esos señores, que son legión, saben de política tan solo, lo que es hacer la O con un canuto y lanzar emitir pedorretas por su orificio. Ósea, nada: tienen una noción de España tan escuálida, tan de peineta y tan de gorro de Rafael Farina, que se han quedado irremediablemente anticuados como una canción de la niña piconera, las madres San Sulpicio, a mi la legión y sin novedad en el Alcázar. En cambio, ahí se les veía en la calles dándole a la banderola, como ya dije en otra ocasión. En fin, a estos, les hablas de Friedman o de Hayek o de liberal y te responden con cualquier pedo mental. La izquierda, o al menos el PSOE, se está agrupando en unas ideas socialdemócratas y un repertorio de ideas que van viajando hacia el futuro (que es el diamante de lo político): no el balde el ex ministro Caldera ha sido colocado en una de las más importantes áreas que a de tener un partido. En la Derecha, como digo, la cosa ha empezado a desperdigarse- aunque eso ya casi todos lo veíamos incluso me imagino que desde el mismo partido se vería por parte de los Gallardonistas- y se están dando cera de la buena. Antes de las elecciones, aunque callaban, trataban de dar una imagen de unidad de la que no gozaban, para seguir por sendas y derroteros pasados si, en una visión muy optimista, volvían a ganar las elecciones. En fin, que se están arreando buenos saltenazos mientras su legión siguen añorando las niñas Valbuenas, la Revoltosa y a la madre San Sulpicio, Lolas piconeras, María morena y !Víva Madrid que es mi pueblo! Niñas de la Venta, gigantes y cabezudos, revoltosas y bejaranas, los niños de las monjas, Curro Vargas, casa de la Troya y Don Quintín el Amargao.

Francisco Delicado: autor de la Lozana Andaluza


Viendo que se hace próxima una fecha importante, día del libro –fecha conmemorativa de la muerte de los dos mas geniales escritores y sabios que han sido paridos: Cervantes y Shakespeare- voy a hablaros de otro autor que por aquellos años, un poco antes, la verdad, no sabemos si anduvo o no por estas tierras valxeritenses. Que aquí residiera es lo de menos, sino a lo más, es despertar la imaginación de que así fuera y traer a colación aquí tiempos históricos y culturas ante las cuales, si ahora cayéramos, sería como caer en Marte, por decir un planeta que en otro tiempo se consideró como habitado por civilizaciones varias. Yo creo que ya a nadie le cogerá por sorpresa advertir que una de las épocas históricas que me parecen más apasionantes son lo que hispanistas reputados vinieron en llamar “Siglo de Oro”, y que, a mí, me ha gustado estudiar como Renacimiento español y Barroco español. Son, sin duda, los debates doctrinales y teológicos que en las Universidades españolas se mantuvieron la mar de divertidos, escolásticos y salados: Allí eran todos como “maestros Ciruelos”, catedrático sin parangón en la egregia Universidad, y las recitaciones y reparaciones eran como para no perdérselas, de lo disparatadas e infecundas que eran las más de las veces. En fin, he intentado seguir la pista de Francisco Delicado, autor de la Lozana Andaluza; no por las calles de las que fuera Vicario, pues salvo la de algún filántropo del siglo XIX, algún médico reputado en la Ciencia española de principios del XX y alguna autoridad eclesiástica, no lo he encontrado, aunque puede ser que la haya y yo no me haya fijado como debiera. No me llama tanto la atención como que Francisco Delicado, autor de la Lozana Andaluza, fuera Vicario de Cabezuela del Valle, como la visión que me provoca imaginar los pueblos éstos por aquellos tiempos de Oro, que verdad para sus moradores hubieron de parecerles a lo más de quejumbroso hierro. En fin, he andado consultando los archivos municipales placentinos sobre si existen documentos que corroboren su presencia por nuestras florestas; a lo más que se sabe es que fue Vicario de Cabezuela, pero no hay documento que acredite más labor que la de cobrar las rentas eclesiásticas, si no me confundo. En cambio, me parece muy oportuno otear la vida de este personaje he imaginarlo por estos lugares, o a lo más por Plasencia. De Cabezuela dando salto a Roma, a la vida disipada del lupanar que por entonces era la capital del mundo y lugar al que iban los que buscaban placeres varios concupiscibles y la delicias carnales.

El caso es que he leído en alguna página, yo creo que equivocada, porque eso es difícil de saber, que Francisco Delicado, discípulo de Nebrija –lo que me hace colocarle como estudiante en Alcalá o Salamanca-, actúo en la Iglesia de San Miguel Arcángel, como dice, sin creérmelo del todo. Ante lo cual, cada vez que escucho misa – pues más de una vez he dicho que aunque crítico con la Iglesia me considero un cristiano humanista-, me pongo a imaginarme que allí pudo dar misa el escritor de la que, en su día, era una obra a las claras pornográfica. No se asusten ustedes, señores, por decir yo ello: es de común conocimiento que la vida de clérigos varios y catedráticos diversos tuvieren una vida díscola y divertida. A lo que voy, que Francisco Delicado escribió una sin par obra sobre el Renacimiento en la calle, en los barrios de la putería, tan habitúales en las más populosas ciudades de la época. Aunque bien es claro que con algún efecto moralista, para interpretar el castigo divino de la que perecía una nueva “Sodoma y Gomorra”. En fin, a lo que iba, que cuando escucho misa veo en el retablo de la Iglesia de San Miguel Arcángel, en su parte más alta, una pintura claramente referida a la Ciudad de Dios, la Civitas Dei; hilando, hilando, en este misceláneo “noches valxeritenses”, concuerda la figura de Delicado, la Civitas Dei y Nebrija impartiendo cátedra en la ciudad que buscó el ideal de Vitrubio y “San Agustín” y su relación con Cabezuela del Valle.



sábado, 19 de abril de 2008

En tiempos de Galdós


He de reconocer que la política en algunos sitios es carpetovetónica. Esto no es de hoy, no es nuevo. Leo, por ejemplo, en la novela de Galdós “Misericordia”, cuando la Señá Benina va a casa de Obdulia y se encuentra con el ciego que daban cobijo en la portería, y con un burrero, del que extraigo este fragmento sobre una enjundiosa conversación sobre política: “Con el y con el burrero charló largo rato antes de subir, y ambos le dieron dos noticias muy malas: que iba a subir mucho el pan y que había bajado mucho la bolsa, señal lo primero que no llovía, y lo segundo de que estaba por caer una revolución gorda, todo porque los artistas pedían las ocho horas y los amos no querían darlas. Anunció el burrero con profética gravedad que pronto se quitaría todo el dinero metálico y no quedaría nada más que papel, hasta para las pesetas, y que echarían nuevas contribuciones, inclusive, por rascarse y por dar de quién a quién los buenos días”; no dejo de quedarme asombrado que hoy en día, donde han pasado más de cien años, aún se pueden escuchar conversaciones similares: lo que pasa que si aquello era realismo, esto es surrealismo.

Hablar de política y Generación del 14



Alguno de los lectores que puedan navegar por estas páginas pueden pensar que estoy ideologizado y, por tanto, politizado. Nada más alejado de la realidad: la política me interesa bien poco. Claro es, me refiero a la política a la que habitualmente los mediocres, porque no tienen nada mejor que hacer, se suelen dedicar. Vamos, que la política me importa bien poco en ese aspecto, como he dicho. No así los debates éticos o morales que ante ella se suscitan: por eso no hay ningún partido político en especial al que yo me siento más afecto, como pueda parecer y me cansaré de repetir. Es muy posible que los que no me han leído nunca se lleven una falsa impresión por ello: que mis más furibundos ataques se los endose al Partido Popular no quiere decir, por ello, que alguno de sus partidos adversarios me sean más simpáticos. Algunos eso ya lo saben: lo que pasa que están acostumbrados a ver la política de una manera tan maniquea y misérima que no saben reconocer a un raro espécimen que piense por si mismo y en segida buscan encasillar al descasillado: con Ortega trataban de hacer lo mismo. Hay algunos que ya me han leído mucho más y que saben por donde me encuentro: Centro liberal y, a la vez, progresista. Se que esos conceptos son difíciles de entender para los que, metidos en política, han leído, sin embargo, bien poco sobre ella. No es raro encontrar habitualmente a personas que hablan de política y de España y que, a la vez, leen bien poco. Cuántos hay que ignoran casi al completo la densa y prolija Historia Social y Política Española de los últimos dos siglos. Hay incluso muchos que se quedaron en la Restauración Borbónica y de ahí, dieron salto zancudo, al Movimiento, la Reconquista Civil, la Dictadura y la nueva Democracia parlamentaria: Vamos, una historia de España asentada en cuatro “latiguillos” ideológicos mal asentados. De un tiempo a esta parte he sentido un gran interés por documentarme sobre los debates políticos enjundiosos que se mantenía en la España decimonónica: y, por ello, me enganché por completo a la lectura de la novela española del XIX. Eso ya algunos lo saben: pero por si a caso hubiera nuevos lectores, les pongo al día, pues no todos mis escritos me los he quedado guardados en el disco duro exterior del PC: aunque los tengo a buen recaudo en otro sitio más difícil de configurar. En definitiva: empecé con Galdós leyendo Tristana y Nazarín y desde entonces cada vez que tengo oportunidad cae alguna nueva obra de este autor. Por descontado: Varela o Blasco Ibáñez son también de mi gusto; como lo son Unamuno, Azorín y Baroja. Se que estoy apretujando mucho el espacio, pues otros esto ya lo saben, pero es sin duda la Generación del 14 la que me suscita mis mayores pasiones, y ya iré dando cuenta de ella en mis artículos. Debemos reivindicar a aquella gloriosa generación: Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Gregorio Marañón. Sin duda serían ellos y sus escritos los mejores repertorios para entender parte de la política española del siglo XX con algo más de iluminación. Algunos, debido a la nefasta política cultural vivida y otros por la poca importancia que se le da a esto de las letras, se han dejado infundir por cuatro tonterías hilarantes y desternillantes que a mí no me hacen ni pizca de gracia. En fin: Es Ortega y Gassett el número uno en mi lista: para buscar una referencia política adecuada a mis propósitos sería esa. Bien es verdad que es difícil mantener esa postura ante los que con virulencia tratan de desbancarte en tus apreciaciones, y que es difícil caer hacia los extremos a causa de los iracundos: ¡No es eso! ¡No es eso! Y ya iréis cayendo en cuenta de ello. Soy más centrado, y liberal, de lo que algunos me han tratado de llevar. Lo que pasa que el guante al hígado al que llevan algunos politiqueros mediocres y de tres al cuarto hace que aparezca la dialéctica más iracunda y vehemente. Ni soy tan contrario a la Institución eclesiástica como puedo parecer, ni mucho menos. Sin embargo, es algo habitual que los mediocres, aquellos que pertenecen a las masas en rebelión de las que habló Ortega, aparten del comentario político a los intelectuales: la generación de1 14 fue un caso ejemplar, como la voz de Unamuno: callaron o hicieron callar a los que mejor sabían hablar. En fin que esto es sabido ya muchos, que son incapaces de ver por donde ando, porque, digámoslo de verdad, nunca han tenido una noción profunda de lo que la política es. Difícil es de explicarlo si no se leen algunos de los discursos políticos que valiosos intelectuales dieron en el hemiciclo en su tiempo

Reflexión ética filosófica sobre el capítulo XXVII del Quijote I



Como creo que puede ser de interés a los posibles lectores voy a añadir y extractar un comentario que J.M. Moisés Sánchez Pérez, profesor de Filosofía y letras, en Quintanar de la Orden, Toledo. En fin, nos dice este estudioso (el texto es suyo, que no mío) y amante de la obra Cervantina: El capítulo empieza con la identificación de Maese Pedro y su mono, pero lo capital del mismo – para Riquer todo el capítulo es capital- es la plática que Don Quijote lanza a los más de 200 hombres armados de diferentes suertes del pueblo del rebuzno con la idea de hacerles desistir de su empeño de enfrentarse con las armas al pueblo vecino que se burla de ellos más de los necesario. Este discurso que lanza a los atentos aldeanos, trata de hacerles ver que los motivos de su afrenta no son lo suficientemente justificables como para coger las armas. De esta manera Cervantes en boca de su hidalgo manchego relata las buenas razones por las que un hombre debe coger las armas, y acaba el relato con la intervención desafortunada de Sancho, quien por corroborar a su amo y para que ven lo pueril de su enfrentamiento, rebuznará, sufriendo el apaleo y apeadramiento en sus carnes y en las del caballero.

Son muchos los temas que nos sugiere este capítulo desde la reflexión ética; poro por mor de la brevedad sólo quisiera acentuar dos temas con relaciones interesantes desde un ámbito intelectual y tratar de relacionarlas con problemas actuales en una visión actual.

El primer punto es acercarse a la reflexión que Cervantes por boca de su afamado hidalgo nos hace acerca de la utilización de las armas y en segundo lugar la manera en que Don Quijote nos propone para resolver los conflictos.

En cuanto al primer punto, hemos de decir que Don Quijote impele un discurso –carácter del pensamiento político de la época- a los aldeanos que ofuscados buscan resolver sus rencillas con los del pueblo vecino a base del enfrentamiento armado –haciendo una parábola sobre el conflicto entre naciones-, en el que dicta cuándo es legítimo que tomen las armas “los varones prudentes y las repúblicas bien concertadas”: primero para defender la fe católica (De todos es sabido la manifiesta postura erasmista, humanista, salvación por las obras buenas con verdadera intención de hacer el bien y no por rezos y cultos, de Cervantes, donde Don Quijote es un claro ejemplo), segundo para defender la vida, la tercera para defender la honra, familia, hacienda y patria, y la cuarta en servicio del rey (aunque no siempre, pues apostilla que sólo en una guerra justa). Para entender lo que hace nuestro hidalgo, hemos de reseñar que para Don Quijote el uso de las armas no es algo pueril, sino cuando un país las utilice debe hacerlo por un motivo transcendente. Es por ello que las hazañas del sin par manchego tienen un carácter moral, como nos reflejan algunos pensadores: “Las armas y el fin a que se aplican responden a un ideal moral, no sólo externo (desfazer entuertos) sino interno: el brazo que sujeta la lanza no sólo debe tener fuerza física, sino fortaleza de ánimo: la cual es la cualidad del héroe. Esta lucha tiene una ascendencia histórica de la lucha interior: es la victoria sobre sí mismo”. O también, “volver a las armas es lo que quiere Don Quijote, pero con su actitud pone el acento en considerar las armas como instrumento de una virtud interiorizada, espiritualizada, en sentido moderno”.

La base del discurso de Don Quijote es, por tanto, hacer ver que el uso de las armas es un tema principal, sobre todo para alguien como él quien las toma en dos sentidos: para hacer un mundo más justo y como base de su búsqueda de la perfección moral personal. De esta manera se puede entender mejor que Don Quijote elabore un discurso contra el uso de las armas por cuestiones tan triviales como el caso de los que los toman para sofocar una burla, pues considera que este uso degrada el uso de las armas solo con fines moralmente aceptable (¿Cascos azules por ejemplo, no sé?)

viernes, 18 de abril de 2008

Interpretación contra maledicentes del capítulo XXVII del Quijote


Creo que la obra de Cervantes, y en especial “el Quijote”, es de obligada lectura para todos los españoles: de hecho, creo que no hay mejor defensa del españolismo que esa, su lectura y, aún más allá, su correcto entendimiento. No es difícil de encontrar a muchos que alardean de españolismo y que, a lo sumo, solo saben cuatro “latiguillos” históricos del todo incorrectos para comprender la sociología de una época, 800 años de medioevo español, por ejemplo, se zanjan con una “guerra de religión” constante; cuando de todos es sabido que las “tres culturas” convivían con mayores tiras y aflojas en el día a día; vamos que en 800 años hay muchos días y muchas gentes. En fin, no era eso a lo que iba: iba, especialmente, a la ignorancia morrocotuda que aún existe sobre ese libro tan magnífico que se llama “Don Quijote de la Mancha” donde no hay una sola palabra o frase que trate de reflejar la maldad humana; sino al contrario, es la belleza de la bondad lo que trata de defender ese libro, pese a que ya estamos hechos a chocar con “molinos de viento” y estar zarandeados por el vituperio y la villanía constante. En resolución, una de las características de la obra cervantina fue la defensa de las tesis erasmistas, que se caracterizan por la defensa de la paz, el humanismo, las letras y la vida cristiana caracterizada, no por cultos y rezos hipócritas, sino por la vida en bondad y con intención clara de hacerlo, la libertad humana y las salvación de las almas no por vida conventual sino por la intención buena de las obras. Así, Don Quijote, después de tantos desafueros cometidos muere cristianamente. La complejidad de estas tesis pueden ser difícilmente entendidas para los que zanjan la Historia de España con cuatro sandeces mal colocadas. Una muestra indubitada de las tesis erasmistas en el Quijote, como señaló uno de las más ilustres Cervantistas, Martín Riquer, es la defensa sonora que hace Cervantes por la paz en uno de los mejores capítulos de la obra:

Capítulo XVII

Donde se da cuenta de quiénes [*] eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado.

Afirma Riquer que ese Ginés de Pasamonte es el autor escondido que en venganza escribió la versión apócrifa y que, Cervantes sabía quien era: pero por no revelar su nombre se venga de él en la segunda parte haciéndole responsable de la perdida del rucio y le presenta como un embaucador. Cervantes, como algunos, estaba cansado de tanta molicie como abunda y tanto malintencionado. Pero, en fin, eso es lo de menos: lo más importante es que Don Quijote aparece en ese capítulo como un consumado especialista para resolver conflictos bélicos, haciendo un discurso sobre la Paz y la tontería que significan a menudo las guerras. Para ello presenta Cervantes el enfrentamiento entre dos pueblos vecinos que bien pueden representar dos naciones europeas, enquistadas en un enfrentamiento fraticida por un rebuzno tonto. Don Quijote les llama al orden, saliendo bien parado de esta aventura y mostrando, pese a su locura una sabiduría sin par; sin embargo, posteriormente, Sancho se pone a rebuznar como muestra, no de choteo, sino de que él lo hacía en su juegos cuando era chico: los del pueblo, sin darse cuenta de la intención buena con la cual rebuzna, le muelen a palos injustificadamente (Otra muestra más del desencanto cervantino). Don Quijote, como algunos estamos, estaba hasta las narices de tanta maldad como hay en el mundo y trató de enfrentarse a ellas: actitud que la valía la derrota habitual; en cambio, él era un hombre bueno que se enfrentaba a un mundo real habitado por los maledicentes, los embaucadores, los chocarreros y los falsos.

El pesimista lúcido


Voltaire se choteaba, con acertada razón, de la aseveración que hacía Leibniv sobre que vivíamos en el mejor de los mundos posibles: esto fue llamado, oportunamente, como “el optimismo” de Leibniv. Es muy posible que, como acierta a decir Julían Marías, esta aseveración del filósofo nacido en Leipzig haya sido por regla general muy mal entendida, y ofrece argumentos razonables para ello. Sin embargo más simpática, en contraposición, es la obra que refuta las teorías sobre el optimismo: “Cándido”, donde el propio autor de la idea filosófica tratada tiene un personaje propio –el sabio Pangloss-. No se hasta que punto vivimos en el mejor de los mundos posibles, porque lo ignoro y, aún, si otros mundos mejores pueden ser posibles (aunque sostengo con firmeza que es un deber moral, al menos, intentar un mundo mejor: aunque quede uno apaleado, amoratado y amojamado como Alonso Quijano, el Bueno) . No voy a introducirme en arduos debates sobre ello: me quedo con la simpática obra filosófica de Voltaire, que graciosamente se mostraba como “un pesimista”: quien pueda, que la lea. No, no, ni tampoco voy a hacer una diatriba filosófica del manido tema del “optimismo” y “el pesimismo”: aunque nunca está de más traer a colación lo que otros muchos pensaron sobre ello, para que, así, cuando se hable, se haga con ciertas nociones. No ha sido, continúo, este francés enciclopedista ilustrado el único que ha seguido la senda del “pesimismo lúcido”: más cercanamente otro francés, y director de cine, llamado Robert Bresson, acertó a definirse de esa manera o, también certeramente, otros -Jean Cocteau- le calificaron como un“pesimista alegre”. El nihilismo de este autor alcanza cotas difícilmente soportables: es la escéptica mirada que el autor lanza sobre el mundo. Otro lúcido, simpático y sabio señor, José Saramago, es de esta estirpe de la que estoy hablando: pesimistas, lúcidos y alegres no obstante. Siguiendo el itinerario marcado en este misceláneo artículo sobre la materia así intitulada no voy a negar una evidencia de Pedro Grullo: me apasiona el cine de Stanley Kubrick. Hay muchos directores que necesitan dos y tres horas para no contar absolutamente nada; en cambio, el cineasta newyorkino, en menos de una hora y cuarenta minutos narra, en su obra maestra más apabullante (senderos de gloria), una historia que te llega hasta las entrañas y que te hace retorcerte en el sillón, butaca o silla. ¿Otro pesimista quizá? Al escribir este artículo estuve dando vueltas sobre la fotografía que iba a dejar para arriba: la de los soldados atrincherados en espera de la segura e inmediata muerte, la del general Staff –lo que mostraría mi mas hacendado pesimismo- o la de la iba ser la esposa del cineasta cantando a los desdichados soldados: ¿Hay lugar para la esperanza del género humano? Lágrimas sinceras caen por mis mejillas al recordar la última escena de la película: hay esperanza después de todo. Sin embargo opté por la primera: soy un “pesimista lúcido”. (Vaya creo que al final si hice una diatriba sobre la materia).

jueves, 17 de abril de 2008

El PP comienza la guerra del agua



Leo en el diario "El País" a fecha de hoy el siguiente titular: el “PP comienza la guerra del agua”. Me quedo atónito y no soy capaz de leer más y, por ello, mi mente o pensamiento se transforma en un cúmulo de imágenes encadenadas. Perdonen ustedes por la performance: me convierto en badajo de campana calandina y desde el torreón de una iglesia de tan buñuelesco pueblo me impulso contra el duro metal: ¡Tolón!, ¡tolón!, ¡tolón!, ¡tolón! Despues, por arte de birlibirloque, me sitúo en un barrio newyorkino del cine negro: Desde una ventana de la calle 22 escucho a un niño junto a una boca de agua, de esas que son habituales en las calles del New York Hollywoodiense, y desde la esquina de la calle grita a alta voz la edición vespertina del diario demócrata: ¡Extra! Extra! ¡El PP comienza la guerra del agua! ¡Extra! ¡Extra! ¡El PP comienza la guerra del agua”. “Scarface”, alias caracortada, mas conocido como Al capone, y que tiene un cierto parecido a nuestro propietario del Polaris World, manda comprar con un penique el número recién aparecido; mientras, sigue su afeitado y acicalamiento en la barbería cercana. Cuando le traen la prensa, la coge, la abre, lee el titular y lo tira. Con la espuma cubriéndole media barba y con cara de malos amigos, la que siempre tiene, va hasta el teléfono de cornetilla pegado a la pared: “Soy El Jefe: no permito que se burlen de mí de esta manera, Camps, llame a Valcárcel y dígale que me llame en seguida” y corta sin esperar respuesta. Ramsom Stodard, “Attorney at law”, y redactor bisoño del Shimbom Star prepara las rotativas del pequeño periódico del oeste, mientras el señor Peabody está borracho como una cuba en compañía del médico: ya tiene el titular: “!los pequeños propietarios contra las tierras abiertas!”. Mientras, los empleados de Chisum, el gran terrateniente, entre ellos Liberty Valance y Lee Van Cleff, corean rabiosos a las puertas del liberal periódico del Far West: ¡Open Range! ¡Open Range! que en castellano lirondo significa ¡Tierras abiertas!!Tierras abiertas!. Charles Foster Kane, “alias” Wiliam Raldolf Hearst prepara la contraofensiva: 2ª edición vespertina del “el petrolero”, para Texas, del “Wall Street Jorunal”, para New York, y, así desde la costa este a la oeste, “Diario la razón” en España, abre en titulares: “Zapatero traidor”: ”Mientras yo sea presidente, no habrá trasvase del Ebro», prometió Zapatero hace sólo un mes”, en páginas interiores. Primeras impresiones de los airados votantes borreguiles afectos: “Esto son los Nacionalistas, ¡Separatistas!, pero que viven de Todos los Españoles y con la ayuda de Zapatero. ¡DÁ ASCO tener los Políticos que tenemos!”. Se estrenan por esos días “los comancheros”, Jhon Wayne en el papel de “Chisum”, el hombre que pagó a Pat Garrett para que matara al comunista de Billy el niño; mientras en “news of the march” profieren machaconamente: “los rojos dividen a España privilegiando a los Catalanes”. El gran terrateniente murciano, con sus cerezos puestos en hilera, se caga en todo los muertos de Zapatero y hecha pestes sobre las mujeres a modo de Berlusconi: a recoger cerezas ponía él a las ministras.